El quiebradedos
Dicho lo cual, sentimos envidia.
Pero no está bien que diga "sentimos".
En realidad soy yo el que siente envidia.
El que tiene un martillo en la mano.
El que espera, paciente, en el callejón.
El que esta noche quebrará unos dedos.
Tengo envidia en primera persona, sí.
Tengo mucho terror al segundo lugar.
No me gusta nada que otros escritores
ganen becas, concursos, sean publicados.
Mucho menos que escriban textos decentes.
Mancha negra
I
La mancha negra
ha sido circulada:
todos reescriben
a la medianoche
el ridículo monto
de una deuda
que ni siquiera
te pertenece,
pero que deberás
pagar lo mismo.
Esta clase de deudas
no son razonables,
y no están hechas
para ser saldadas.
II
Por tanto, corres, ya subversivo,
y sin parpadear, por las selvas,
con un pedernal postrero en la mano,
entre hojas que cortan,
bajo el mirar de monos
violentos.
Corres en versiones de ciudades
en donde los niños militantes
llevan puesto un yelmo frío,
y las cabezas de los justos
se apilan impecables
en la banqueta,
o cuelgan del árbol
de la plaza
lívida.
¡La mancha negra
ha sido circulada!
Quiere decir
que no amainarán
el paso
hasta ver tu cuerpo flamear
en algún patio
salvaje.
III
¿Mi consejo?
Sigue corriendo.
¿Mi recomendación?
Cuida tu miedo.
Cuida tu miedo como cuidarías
de la última ventana del mundo.
Tu miedo es lo que mantendrá
perfecta tu huida:
lucida, vertical.
Recuerda:
tu miedo es tu hermano.
Recuerda:
tu miedo es tu hijo.
Por lo menos hasta el día
que te atrapen,
y te bajen a tiros,
y toda esa tinta larga
salga de tu pecho recio.
Porque de hecho
te van a atrapar,
eso es seguro,
en un sitio
que no has
visto aún,
pero que ya sabe
perfectamente
tu nombre.
IV
Para qué correr,
preguntas.
Pues bien,
déjame explicarte:
el propósito de correr es que,
cuando por fin te den alcance,
tu corazón esté latiendo,
tu corazón esté vivo.
Eso, mi amigo, es lo único
que te hará digno
de tu muerte.
Blues mínimo
Es cierto que te extraño,
es cierto que a mi manera
te extraño,
pero extrañarte es ya
una forma de no esperar
nada,
una forma de colocarse
la cuarenta y cinco
en el cielo
de la boca.
Momento decisivo
estoy viendo esa vieja foto de Kevin Carter
ya saben: la de la niña y el buitre
la misma que ganara un Pulitzer
aquella propiamente que tomó en Sudán
ante la indiferencia blanca de los dioses
los dioses que dicen: y qué, con una rosa
de hueso en la mano, los dioses que dicen
nosotros regamos sangre y sed en los jardines
para que los fotorreporteros, ustedes, consigan
su “momento decisivo”, y luego se hagan
famosos, y luego escriban una nota de adiós
heme aquí viendo esa vieja foto de Kevin Carter
mientras el monóxido de carbono inunda mi carro
Cuchillo
He notado esto:
cuando me hago cuchillo,
muchos se acercan a mí,
y ruegan
que les corte
algo.
Ciudad vacía
El hombre camina,
en la ciudad vacía.
Entra al viejo hotel,
con el piano abolido.
El piano es la ciudad:
nadie lo está tocando.
Siempre no estaremos juntos
Siempre no estaremos juntos,
siempre aunque nos amemos,
porque de hecho nos amamos,
y porque nadie más se ama,
solo nosotros, preñadamente.
He puesto mis 1304 dedos
candentes sobre tu humo
tierno, y así es como yo sé,
y de hecho como vos sabés,
lo obvio, lo más evidente:
que alguien muere de envidia
al ver nuestros co–lenguajes
cosidos a una misma pantalla,
y lo obvio, lo más evidente:
que tanta mañana ha de ser
quebrada, o nos quemará ya
en la vasta noche hemisférica.
Por tanto despidámonos:
porque sí, porque no será
amor lo nuestro si no termina:
1304 dedos serán cortados,
puestos sobre la sal del olvido.
Llueve
Llueve,
sobre la ciudad.
Llueve,
sobre los cerros.
Llueve,
pero la lluvia
no nos toca.
Somos los enterrados.
Carta de amor # 4
Esta es la cuarta carta de amor.
Esta es la carta de los celos.
Esta es la carta que escribí
cuando miraba una vieja
película en blanco y negro,
con la sombra de Billy Wilder.
Esta es la cuarta carta de amor,
el cuarto pase de coca (son siete).
No es que no confíe en vos,
pero esta es la cuarta carta,
el cuarto modo de extrañarte,
y algo ya se cortó las venas.
Salones artísticos
Afuera es la última blanca lepra,
los bebés aplastados en las aceras,
los charamileros refugiándose
en las frías carabelas podridas.
Pero en los aéreos salones artísticos,
diseñados por las élites corporativas,
todo es cálido y sensible: un útero.
Un hermano
Un hermano llora a un hermano muerto.
Cuando se pierde a un hermano muerto,
uno vuelve a ser un niño, un aficionado:
la vida es muy grande y tan confusa.
Un hermano llora a un hermano muerto,
y a fuerza de llorarlo y tanto llorarlo
es como si llorara, no a uno: a mil.
La muchedumbre lo escucha dar gritos,
perder casi la vida en cada alarido,
esperando estoicamente que se calme.
Pero no se calma: no quiere calmarse.
Y cada grito es el principio de otro grito.
Y cada llanto, el origen de otro llanto.
Y llorar es ser valiente y ser cobarde,
y un hermano pierde las facultades,
la razón, cuando piensa en el momento
cuando tuvo que sacar –de las aguas
tumultuosas– el cuerpo de su hermano.
Se lo cobró el alfaque; y no supo llegar,
no supo llegar a tiempo, y ahora nomás
hay una lenta caja, una flor mal puesta.
Ser humano es ser dos y ser culpa.
Un hermano llora a un hermano muerto.
Un hermano frente a todos sangrando
por no haber podido (bajo el sol) salvarlo.
El tenaz albañil, el único presente
que no viste sinceramente de negro,
va tapiando el nicho con gesto experto.
Y un hermano sin hermano ve la esposa
de su hermano muerto, alta, y ya de luto.
La odia y la desea y la recuerda mojada
y cubierta de arena y ardiente y suya
y su hermano nadaba terco en el mar.
Un hermano entierra a su hermano muerto.
Bajo el cielo de hierro de la noche
Un hombre viejo,
un hombre como
de ébano viejo,
un anciano
que no sobresale
camina, lo vemos caminar,
ópticamente lo miramos
avanzar, depositar sus pasos
en el asfalto de la calleja vacía,
bajo el cielo de hierro de la noche.
Es viejo, cojea ligeramente,
suspira cuatro o cinco veces,
ante la ciudad sin traducción,
y con nadie se topa, en el camino.
Cuando al fin llega a su morada,
nos damos cuenta lo mucho
que le cuesta
abrir la puerta.
Pasan unos minutos oscuros,
pero al fin abre, ingresa,
al pequeño cuarto.
Y lo primero
que hace
es sentarse
en la orilla
de su cama:
se quita la prótesis.
Escribir no era esto
Escribir era
solo escribir,
para uno,
para todos,
y para nadie.
En la tarde sucia,
con las cosas.
Escribir era algo
que nos gustaba
mucho hacer.
En el East End
Bajo la luz del farol repetible,
y en la noche reiterada,
una chica espera,
en el East End.
El barrio es pobre
y no está abierto
a la misericordia
del Crucificado.
Ella preferiría estar
en una de las bravas tabernas
de su Tierra,
pero en vez de eso espera
al próximo cliente.
Ya tuvo dos en la noche,
que la penetraron
raudos en el callejón.
Hoy la bruma es de antología,
y nada
parece apoyarse
en nada.
Hay muchas realidades
en la realidad,
y una de ellas
es la realidad
de esta chica
que nunca más
se verá en un espejo:
el Destripador se acerca.
Infierno
Ingresé al cuarto, no me detuve,
entré a ese universo en donde todo
se precipita negro hacia lo negro
–pero nada muere completamente.
Observé uno a uno los vasos podrirse;
advertí esos lentos gusanos sin alma
succionarse la piel los unos a los otros,
como hondos rivales congraciados y eternos;
contemplé las rosas deformarse en la carne;
llegaron rodando a mí las uñas de los ahorcados,
sus horribles gritos como escarabajos de silencio.
Este es el verdadero, el presidio de moho
del cual nos hablaron, supongo, de pequeños.
del cual nos hablaron, supongo, de pequeños.
La experiencia tántrica
Me he inscrito en un taller de sexo tántrico.
Una experiencia maravillosa, fantástica.
Mi maestra tántrica es una mujer
elevada, exquisita y voluptuosa.
Mis compañeros de clase son bellos seres
amorosos, en ningún modo convencionales.
Lingams de hierro, yonis que eyaculan,
masajes de fuego y múltiples orgasmos.
Desde que voy al taller de sexo tántrico,
mi energía sexual y mi espiritualidad
han mejorado lo que no tienen idea.
Mi maestra tántrica me ha dicho
que soy un ser único, especial,
y también que le gustaría darme
clases privadas de sexo tántrico.
Mi maestra tántrica y yo nos hemos
enrollado, no paramos de coger.
Luego, la novia de mi maestra tántrica,
más bien celosa, me pone de rodillas,
me coloca una pistola en la boca,
me grita cosas feas y me hace llorar.
Es todo parte de la experiencia tántrica.
El comediante stand up
En el pequeño escenario
el comediante stand up
comenta, editorializa.
Contra los morosos,
contra los no–dúctiles,
contra los psicorrígidos,
contra los tan beatos,
contra los hinchados,
va soltando sus treinta
y siete bromas de antología,
que apuntó antes en servilletas.
Son epigramas chabacanos,
impertinentes venenos,
muy amargos chistes.
¡Que no te agarre el comediante!
Porque el comediante no cejará
hasta convertirte en un montoncito
de mierda pueril y divertida.
Así seguirá el comediante
–el ácido y el vitriólico–
hasta que uno y todos
queden ya cubiertos
de su moho mala onda.
Pero luego el comediante
terminará su monólogo
e irá al hospital, a visitar
a su amigo con cáncer.
Osito
En la esquina
hay un pequeño niño,
sus ojos de mosca cosidos.
Sujeta un oso de peluche.
Sé quién es, por su pelo rubio.
Bien lo sé: es mi hijo.
El Viejo Indio
El Viejo Indio
sobre su caballo
tierno y poderoso.
Viejo:
como un sol,
como un himno,
como un acantilado.
Habrá matado muchos jabalís,
habrá matado muchos hombres,
y en su pelo largo se enredan
varias veces las estrellas.
Yo,
que muero,
yo,
que estoy
muriendo,
tengo derecho a hablar
en estos términos del Viejo Indio.
Si de milagro salgo vivo de esta,
tomaré un licor amarillento
en su nombre nativo,
y procuraré dibujarlo
en mi hosco y solitario
cuaderno de apuntes.
Mas no saldré vivo de esta.
¿Me molesta? No, no tanto.
El Viejo Indio se baja del caballo.
Lo hace con parsimonia,
sin gestos redundantes.
La sangre me sale del costado,
manchando mi uniforme
(es como si mi uniforme
agonizara también).
Mi pistola Colt está lejos, apéndice inútil.
Ni siquiera intento alcanzarla.
El Viejo Indio me corta
el cuero cabelludo
de un hachazo.
Todo igual
El hijo desearía ser el adulto,
para ya no vivir más bajo
la tiranía del padre.
El adulto desearía ser el crío,
para no tener la obligación
de orientar al hijo.
Se miran a los ojos.
Asombro concurre.
El padre es el hijo,
el hijo el padre.
Todo es igual.
El Venado
A la hora en que el calor
borra
los límites de las cosas,
y pudre las aves muertas,
estaba yo
en un seco restaurante,
a un lado de la profunda carretera.
Pensaba en la forma
en que las mujeres
nos dicen
las cosas más mordaces
y crueles
sin inmutarse.
Estaba pensando en todo ello,
aunque solo fuera
por sentir otra cosa
que no fuera calor,
y vi llegar la camioneta,
más bien negra,
y sé que tres sujetos se bajaron,
y piensen que había
algo espantoso en ellos,
era como si
estuvieran
envueltos en una atmósfera
de maldad.
He estado rodeado
de elementos duros antes,
pero estos eran
especialmente
helados.
Me saludaron,
antes de sentarse.
Y yo saludé de vuelta.
Luego seguí comiendo.
Quise no verlos,
pero después de un rato
la curiosidad
pudo más,
porque en efecto era él:
el Venado,
el criminal más buscado
por el Gobierno,
comiendo en la mesa de al lado,
y yo lo había reconocido.
Momento intenso:
cuando el Venado
–con su cara
extrañamente
estilizada,
como de Venado,
justamente–
se da cuenta
que lo he reconocido.
Un gesto imprevisible de su parte:
me invita a sentarme con él.
Yo seré un cobarde,
pero no de esa clase de cobardes,
así que me levanto,
me dirijo a su mesa.
Y el Venado ordena una botella,
que la niña pronto trae.
Hablamos de todas las cosas y ninguna.
Nos caemos bien.
Bebemos, reímos con fiereza.
Dos horas más tarde,
el Venado y sus dos matones
yacen muertos en el suelo.
Me subo al carro.
Hice un buen trabajo.
Encuentro filial
En el corredor de la vieja casa
me encontré a mi padre.
Me preguntó cómo estaba.
Yo le dije que igual que él:
muerto.
Pequeño saltamontes
Has de saber,
pequeño saltamontes,
que un editor es
básicamente un traidor.
Que un librero siempre
fuma en el almacén de atrás,
como el traficante
de salmones muertos
que al fin del cabo es.
Has de saber
que un lector
es alguien que dice:
ah,
que dice:
tus versos
son como pelitos
en mi conducto espinal,
y luego te devora,
y luego te defeca.
¿Y los colegas escritores?
Te odian.
Salvo si estás con ellos:
entonces te adoran,
se te meten en el culo,
como un dildo.
¿Tienes alguna pregunta,
pequeño saltamontes?
La carretera circular
Así que bienvenido a la carretera circular: has llegado a tu destino.
Verás los mismos autos en el mismo estado desastroso,
chocados por siempre, de la misma exacta manera.
Verás los mismos manifestantes hacer idénticos bloqueos.
Monótonos campesinos caminar al lado del camino,
como animales, dotados del cansancio de siempre.
En el andén tu madre te vuelve a saludar una y otra vez,
mientras un hilillo de sangre le brota de nuevo de la nariz.
La carretera circular es otra vez el año en que naciste.
Son esos kilómetros reiterados, esos signos iguales.
Son todos esos perros muertos que son uno solo.
Y la manera que tienes de bostezar mientras vas manejando.
Todo asfalto, toda curva está hecha para nunca acabar.
Si estuvieras más adelante, estarías en este repetido tramo,
rodeado por semejantes selvas negras y desiertos.
Y muy seguramente te molestarían equivalentes cosas,
contarías parecidas crónicas, cantarías análogas canciones.
Y si llegaras a llegar a un lado, no llegarías a ninguno.
Por ejemplo: sí la carretera te llevara a determinada ciudad,
esa ciudad no sería más que el principio de la propia carretera,
no sería otra cosa que el zumo de la continuidad sobre tu parabrisas.
No sería más que tu historia lenta y rápida recomenzando.
La carretera circular es la arquitectura de las almas que han de seguir
y seguir y seguir y encallar, y los otros van como vos y al igual que vos
nunca han pensado realmente cómo diablos salir de la carretera:
lo único que conocen es el tedio y el paroxismo de la ruta,
ese lugar en donde todos los acontecimientos y los juramentos
y los equilibrios y las capitulaciones nuevamente no difieren.
Así que bienvenido, compañero: has llegado a tu destino.
Estancias blancas de ensueño
La semana pasada me llamó
la corredora de bienes raíces.
Pronto nos juntamos en la casa,
para que así me la mostrara.
Una señora débil, pálida, elegante,
con un hermoso sweater puesto,
me abrió la puerta masiva del lugar.
Me exhibió la residencia: balcones,
estancias blancas de ensueño,
patios y jardines fosforescentes,
la chimenea tan grande, tan maternal,
la arquitectura a todas luces impecable.
Hice varias preguntas prácticas y directas:
ella respondió con gracia y prontitud.
Al final del recorrido, me dijo que sentía
obligación de decirme que la última persona
que había vivido allí antes se había cortado
las venas (“violentamente”, agregó) en la tina.
Qué horrible, dije. ¿Por qué lo hizo?
Es que no estaba feliz con su trabajo.
¿Y qué hacía?, pregunté instintivamente.
¿No lo adivina? Era agente de bienes raíces.
N
Los verdaderos siempre están Afuera.
Los que decidieron dejar de correlacionar
con lo que otros dictan
hoy cantan
donde nadie
los mira.
Tú sabes: como N.
N en la calle,
N haciendo números
que no cuadran,
escribiendo silogismos perversos
en su diario personal,
que tuviera frases más inmortales
en tiempos más radiantes.
Loca y todo eso.
La vi caminar descalza sobre ciertas esencias
químicas poco recomendables.
N sangrando
una cantidad X de sangre,
desde su amplio labio,
sobre el teclado,
por algunos
inadmisibles
dineros.
Pero yo te recuerdo, N,
recuerdo tu resultado de hueso brujo,
recuerdo tu raison d´être,
recuerdo cómo combinaste
en un grandioso modelo
la Verdad y la Emoción,
como reencuadraste lo que era ser Diosa,
cómo nos diste nuevas conexiones,
protectora herida,
contra los Mamíferos de la Noche,
contra los Sempiternos Zelotes.
Hay que explicar
que nunca nadie
había cantado así,
que nadie se había aparejado
de tal manera
con la Rosa.
Luego vimos cuán dañada
estabas, N,
cuán elidida,
viviendo en un pequeño código
de desolación,
y dijimos:
danos tu corazón, N,
nosotros te cuidaremos.
Así que viniste con nosotros,
y tomaste las pastillas.
Pronto llegarían
las campañas de abril,
con su mensaje
de muerte, no
de resurrección.
Una de dos
He comprendido
que mi ojo es
un extraterrestre.
Desde hace
varias semanas
me está pidiendo
que mate a mi hermano.
Una de dos:
o me saco el ojo,
o mato a mi hermano.
Remington M–11
Ciertos rubios tristes remedos de seres humanos
no duermen;
fuman;
están de veras
fumando.
Hasta que dejan de fumar,
se encajan una escopeta en la boca
(o alguien lo hace por ellos)
y se borran de un balazo.
Sobre los patrones codificados de las losas
hay pedazos de sus cerebros superdeprimidos
que se arrastran hacia el muro,
sin poder consolidarse.
Pero realmente nadie se da cuenta de nada,
porque hay cosas
–lamentos,
canciones,
disparos–
que no se escuchan en la noche.
Death Row
Este es el lugar de los que saben.
El lugar de los que sienten
cada gramo
de proteína lucida
disponible
en su cuerpo
aborrecido.
Si eres un condenado, te venero.
Si eres una mujer
ante las piedras,
te venero
dos veces.
Con tu miedo nos salvas a todos.
Con tus terrores, auroras de sangre,
nos limpias del escenario
de darlo todo
ya por hecho,
y descontado.
Los ilusos, los abastecidos,
es como ni no brillaran.
Pero a ti no puedo
ni siquiera verte
a los ojos.
El caballero duda
No sabe si seguir o si quedarse.
Tampoco si seguir
es una forma
de quedarse.
Si quedarse es avanzar
o retroceder, es ser humillado.
No sabe si el caballo negro
que está montando
es real,
a estas alturas
del camino.
Tampoco si hay camino,
redención o sentencia.
Por la forma
en que ríen los pájaros,
pareciera que no,
pero no sabe,
y no sabe si esta duda
le favorece o le apoca,
si es dadora, o si castra.
Arriba es el cielo,
abajo es la tierra.
Ella tose en la noche
Ella tose en la noche.
Nunca nadie ha tosido tanto.
En el barrio, la llaman
La Que Tose Como Una Condenada.
Se refieren a mi esposa.
Tose y tose.
Tose toda la noche.
Y cómo sangra.
Sería espléndido que
por fin encontrara
alguna paz.
Que sanara.
Y yo poder dormir una noche.
Mi esposa llora y llora
y tose y me llama
y saca de la boca
esa espesa, esa roja tinta.
Y siempre me llama,
pero no me atrevo
a entrar al cuarto.
Es que no quiero verla así.
Y ya no quiero volver
a cambiar las sábanas.
Dios me hizo cobarde:
por tanto soy cobarde.
Cada vez que ella tose
se me angustia
un órgano vital.
Si estuviera viva
sería otra historia.
Protesta
Los muertos se juntaron,
por los otros, a protestar.
Son los que ya nada dicen:
y sin embargo están pidiendo.
Llevan grandes pancartas,
cubiertas con ese polen negro
que suelta a veces lo mudo.
Realmente la solidaridad poco tiene
que ver con estar despierto o difunto.
Aquí los fallecidos son los indignados,
y todos van gritando, si pudieran:
¡ya devuélvannos a los vivos!
En esta casa hay algo
Era maravilloso cuando no había nada,
y yo podía caminar tranquilo
en las habitaciones.
Pero eso ha cambiado,
y ahora no quiero ni asomarme
a la sala de estar,
porque allí, o en cualquier lado,
algo me está esperando.
En las noches me despierta
su borborigmo–gorgoteo
líquido y digestivo.
El otro día reuní el valor
para enfrentarlo,
abrí las puertas de los clósets,
inspeccioné las alacenas.
No pude encontrarlo.
Finalmente di con un plan:
agarré el cuchillo grande
de la cocina,
y me corté el meñique
de la mano izquierda,
dejándolo en la mesa
del comedor.
Y esperé.
Al poco rato salió el monstrito,
para mordisquear el dedo.
Era igualito a mí, pero chiquito
y oscuro, como de ceniza.
Con el mismo cuchillo grande lo maté.
Pensé que iba a dormir tranquilo,
esa noche,
pero pronto escuché algo entre
las cortinas, debajo de la cama,
cerca del televisor.
¡Otros!
Venían a vengar a su hermano muerto.
Suponiendo que pudiera
matarlos a todos:
¿no quedaría yo todavía?
Cero a la izquierda
Ponga aquí su cita
nihilista favorita.
Estimadísimo cero a la izquierda:
Simpatizo mucho con tu situación.
Acabaron las llamadas vacaciones,
las hormigas volvieron a la ciudad,
por las carreteras sobrepobladas,
al hemisferio de lo de siempre.
Y una de esas hormigas eres tú.
Allá quedaron las proas heroicas
y todos los paraísos prometidos:
simplemente no pudieron salvarte.
De nuevo son el trabajo, las cuentas,
la fascitis plantar, los niños llorando,
la larga mirada de odio de tu esposa,
la clónica condena de lo cotidiano.
Cero a la izquierda: toma un café conmigo,
piensa en la vida miserable que alguien más
tatuó, antes de nacer, en la palma de tu mano.
En la mesa de noche hay una pistola:
sácala lentamente, lentamente: úsala.
Alguien debe estar haciendo un gran trabajo
Alguien debe estar haciendo un gran trabajo.
De otro modo, ¿cómo explicar
nuestros recios momentos juntos,
en donde nosotros los Gobernantes
mostramos
a los jóvenes futbolistas
nuestras inmortales
grasas pijas?
Alguien debe estar haciendo un gran trabajo,
pues los eunucos van desnudos corriendo,
con cálices plenos de estiércol,
al sonido de la música grupera,
o llevan en andas a vírgenes
oscuras.
Alguien debe estar haciendo lo correcto
pues ya están aquí
las Justas y las Necesarias
–también llamadas
las Gobernantas–
cuyos pezones sustentados
nos hacen llorar
como si fueran los pezones mismos
de nuestras Santas Madres.
Verán: lo único que nosotros
los Gobernantes
queremos
es que ellas nos amarren
y nos digan qué comer.
Que nos hagan comer
pequeños cerebritos,
y más tarde vomitar.
Que nos hagan vomitar
tibios tiernos vómitos.
Y lo único que estamos diciendo
es que alguien debe estar haciendo
un gran trabajo,
o de lo contrario
no estaríamos tallando
esculturas de hielo y sangre,
no estaríamos haciendo collares
con huesitos de reluctantes,
no estaríamos fumando
esos hongos carísimos,
ni recitando versos nazis.
Alguien seguro está haciendo un gran trabajo,
o no podríamos levantarnos por la mañana,
para dar declaraciones tan impecables,
en cada rueda de prensa.
La mentirosa
A propósito de tu mentada enfermedad:
creo que no estás enferma: que mientes.
Que ese cáncer tuyo es de mentirosa,
que todos tus síntomas son falsedades,
que tus fiebres y tus vómitos no son reales.
No coincido para nada contigo cuando dices
que algo grave y terminal te está ocurriendo,
y considero que en lugar de estar quejándote
como una nena, deberías de estar trabajando.
Al menos tener la decencia de no estorbar,
y esta será la última vez que te lo menciono.
Pasados unos años de vivir conmigo
sabrás lo que es estar de veras enferma.
Plantón
Los elementos nos trabajan.
La sal nos come los dientes.
Se nos caen los ligamentos.
Sin embargo no nos movemos.
Moverse es el gran error.
Sabemos que es la causa
de que los niños amanezcan
congelados en los cuartos.
Moverse es como una yugular
cortada en los fríos graderíos.
Cuando no nos movemos,
en cambio, nuestras manos
pesan como dignos frutos
y nuestras raíces fracturan
el duro asfalto acumulado.
Pero además ocurre algo
tremendo, algo formidable:
que todo de pronto camina.
Los satánicos
No es que sean
malas personas:
es solo que cuando
están muy aburridos
degollan cabritos,
se inventan sellos
perversos, buscan
pequeños anticristos:
los mantiene ocupados.
Lo nuestro es ver cine
Lo nuestro es ver cine.
Tú sabes:
un centenar de butacas,
la santa pantalla.
Y luego los paneos.
Los giros narrativos.
Los diálogos inmortales.
Ni por todo el oro del mundo
cambiaría la experiencia
de ver películas,
mientras afuera
las cosas se arrastran.
Ay. Cuando la función termine,
nos arrastraremos
nosotros
también.
Payaso, mendigo, vendedor de periódicos
Payaso, mendigo,
vendedor de periódicos,
coinciden siempre
en la misma esquina.
Cada día es lo mismo:
se miran con desdén,
y cada uno a su manera
compite por la plata
de los conductores,
ante el ojo trinitario
del semáforo fijo.
El payaso trabaja
en sus payasadas.
El vendedor de periódicos
exhibe la desgracia nacional.
El mendigo pone
su rostro patético.
En un principio intentaron
dialogar, llegar a un acuerdo.
Pero eso no funcionó.
Y en los últimos días
las tensiones subieron.
Hasta hoy en la mañana.
Ni el payaso
ni el vendedor
de periódicos
se presentaron
en la esquina.
Eso pues el mendigo
pagó a un sicario:
los mandó a matar.
Neal
1. Hay basura en América,
pero también está Neal,
las mangas amarrangadas,
los músculos
de carne azul.
2. Así que yo y Neal
hemos ido
a comer a la cafetería
de enfrente,
después del concierto
del Gran Negro.
Dijo del cocinero
que se parecía
al alcohólico
de su padre.
2. Años más tarde,
Neal me hizo una promesa:
prometió mostrarme
cómo robar con principios
(la promesa fue realizada
en una carta escrita
de su puño y letra,
desde San Quintín).
¡Qué suerte la mía!
3. Neal te penetrará como
un verdadero hombre americano.
Una vez que instalas
su perla ofrecida
en el fondo
de tu boca,
no querrás cambiarlo
por nadie.
4. Neal
no es una habitación,
no es lo confinado,
es un bus sin esquinas
vibrando, traspasando
los edificios químicos
de la enorme ciudad,
en un año en donde
el tiempo se detiene
sobre
un ondeante
pétalo
psicodélico.
5. Neal ríe; los demás solo escriben.
6. Neal es el hombre del ferrocarril,
la no quieta criatura
de las líneas
eternas de América,
las jamás paralelas,
que van en ziz–zag
hasta el núcleo mismo
de la Gran Novela.
Héroe secreto, tan público,
no nació sino para morir
bajo la antepenúltima lluvia,
Por tanto:
guardemos un minuto
de silencio
por Neal,
que reposa junto a las Vías
Innombrables.
7. Neal Cassady fue
un bueno para nada
que fue muy bueno
para ser el mito
que siempre
en todo caso
ha sido.
8. Las rockolas llorarán el azul
que ya no dejaste.
Cada vez que obtenemos un carro
“Every time we get a car,
this place turns into
a whorehouse”
Draper
cada vez que obtenemos un carro
resulta que los clientes se ponen
particularmente helados y glaciales
alguien (o algo) borra lo ya diseñado
los copis se encierran en sus colmenas
el planificador amanece paralítico
un olor mefítico inunda la agencia
la de cuentas nos sale comunista
los creativos se arponean en los baños
y nuevos negocios no deja de llorar
las campañas se caen por las escaleras
el plan de medios se convierte en vinagre
las marcas cortan como corales furiosos
las máquinas despiertan y toman rehenes
en la sala de conferencias aparece un difunto
(¿no es por cierto el nuevo de social media?)
el Gerente resulta otra vez con cáncer
los consumidores nos escupen en la calle
porque cada vez que obtenemos un carro
este lugar se convierte en una casa de putas
La plegaria de Poe
«¡Que Dios ayude
mi pobre alma!»,
dijo, patéticamente,
Edgar Allan Poe,
al momento de morir.
Pero resulta que Dios
en tal momento
leía un cuento
del gran escritor
norteamericano,
no escuchó nada.
La casa dividida
No sé en donde estás:
y ya no te busco.
Y cuando te busco
me aseguro siempre
de no encontrarte.
Y cuando
tú me buscas,
es igual.
Sonreímos, a veces,
pero siempre en cuartos
separados,
aunque estemos, de hecho,
en el mismo cuarto.
Así pues, henos aquí,
en la misma casa
dividida,
yo de día, y tú de noche,
yo hoy, y tú mañana,
y este silencio
lo dice todo, lo dice todo,
lo va diciendo todo.
Y siento que, como pareja,
ya estamos terminados,
y no sé en qué cuarto estás,
ni tampoco con quién,
aunque estemos, de hecho,
en el mismo lugar.
Las piscinas
1. Desde arriba se ven las piscinas
como lucidos ojos azules
en la ciudad–manicomio.
2. En las piscinas
los viejos periodistas imperiales,
y trágicos, descansan,
comen cereales
Kellogg´s,
después de cubrir
otras elecciones
corruptas.
Un juez fornica
con dos chicas escort
mientras les pega suavemente,
y hace ideogramas de cocaína
en sus vientres núbiles.
Diremos que las piscinas
contienen en su mayoría agua
pero muchas también sangre,
porque son del crimen,
y en la idea de ilustrarlo
hablemos de las vísceras
de un surfista famoso,
flotando en una piscina
fenomenal de las colinas,
ante la indiferencia
de dos policías más
bien residuales.
3. A la orilla de las piscinas,
escritores intentan escribir,
y músicos componer,
pero se ve que están secos
por dentro,
y decimos secos por no decir
acabados. En fin,
están bloqueados.
4. Así es la cosa,
no todas las piscinas están llenas,
habida cuenta de que algunas
piscinas tienen amor al vacío,
y en ellas los niños juegan
a matar tortugas,
o hablan de pueblos lejanos
en donde los fantasmas
juegan dominó.
5. Las piscinas son úteros,
esferas francas del infinito,
en ellas los seres del desierto
van a beber agua vidriosa y clorada.
Amamos las piscinas,
porque contienen el elixir
mercurial,
porque son como las piezas
de un enorme rompecabezas,
porque
son estructuras
extraterrestres,
con poderosos mensajes de agua,
y porque el jardinero hondureño
las limpia como un maestro zen.
Lectura
Escritor se posiciona
frente a la audiencia,
y ahora lee
un extracto
de su obra.
Pronto ingresan
dos amplios sujetos
al escenario.
Tras decir
“¿No te lo habíamos
advertido, rata?”
le propinan
dos golpes crudos
en las costillas,
para luego sacarlo
cargado del lugar,
ya sin anteojos.
El público aplaude,
vuelve a aplaudir.
La puertita
He cruzado la puertita
y he visto
pájaros muriendo
sobre láminas hirvientes.
He visto un anciano
sin dentadura
arrastrarse hasta
el último teléfono,
sin poder ya caminar.
He visto
a mi mujer
convaleciendo
eternamente,
en lo taciturno
del cuarto,
presentida ya su muerte.
He visto
uno de esos horrorosos
gestos
de la condición
humana:
me refiero a los niños joviales
tirándose de los puentes
blancos,
y nadie se pregunta
qué es lo que llevan
en las manos.
Cruzo la puertita,
y aunque es de noche,
alcanzo a ver
cómo están acabando
a golpes a Pasolini,
bajo el signo del gusano.
En visto de lo cual
sigo caminando,
pero pronto me encuentro
con otra puertita,
aún más chiquita
que la anterior.
El coracero
El coracero,
en un momento
de ambigüedad mística,
mira a uno y a otro lado,
sin saber para quién lucha.
Hay un Tolstoi en cada estación
1.
Hay un Tolstoi en cada estación,
meditando sobre la muerte,
sus barbas provinciales frías, frías.
En cada estación un muriente Tolstoi,
con masa encefálica en el bolsillo.
Y no hay estación que no se queme
en lo helado, como un altar de carne.
2.
El oso blanco devora best sellers,
porque la vida se ha retirado,
y ya no hay más qué comer,
salvo eso, best sellers, delfines,
condesas muertas, proas lejanas,
y los campesinos sin semilla
siembran uñas, y esperan.
3.
Las estaciones son como ataúdes,
y aún con paparazzi están vacías.
4.
La muerte es un insecto en la ventana.
Alguien levanta una copa de vino
Alguien levanta
una copa de vino,
mientras en un think tank
una mujer abre o cierra un dossier
con un gesto de fastidio;
mientras un soldado
de la OTAN le regala
un zippo a un niño;
mientras un periodista recibe la declaración
de un informante con pseudónimo
que exactamente dos días más tarde
caerá abatido por una ráfaga de balas,
dejando en el piso un pictograma de sangre;
mientras un dron sobrevuela
la ciudad de los escombros;
mientras alguien más,
en otra parte del mundo,
levanta otra copa de vino.
Luna de miel
Cuenten con esto:
siempre hay una playa
tropical y mística,
para esas parejas
recién casadas.
Recién casados,
Julio y Cecilia partieron
de luna de miel
a uno de esos
paraísos,
nirvanas.
El hotel escogido era uno
abierto de cara al mar,
pero a la vez sumergido
en la maquinaria vegetal
de la selva, la misteriosa.
Comieron, bebieron, cogieron.
Mucho cogieron:
en cualquier parte.
Cogieron en la hamaca.
Cogieron en la playa.
Cogieron en la cocina
de la villa superdiseñada.
Cogieron en las aguas
tibias, tersas y pacíficas,
y cogiendo estaban
cuando Cecilia
se paró en algo redondo,
un coco acaso,
hundido en la arena.
Julio lo sacó, el coco:
y era un cráneo.
Te dimos otro cuerpo
Te dimos otro cuerpo:
¿qué hiciste con él?
Te dimos un cuerpo
maravilloso,
aumentado,
sensible,
nacido de nuestras
más avanzadas
tecnologías.
Aquel cuerpo tuyo de antes
era tosco y era imperfecto,
por tanto
decidimos regalarte
uno nuevo, esmerilado.
Parecías un buen candidato...
El sujeto más apropiado...
Tu sentido de humildad…
Tu disposición e idealismo...
Y sonreías, siempre sonreías...
Pasaste todas las pruebas,
y finalmente recibiste
el preciado regalo.
Qué momento. Llorabas.
Aprendiste muy bien a usarlo,
a entender sus poderes,
sus amplias posibilidades.
Durante unos años lo usaste
para servir las agendas más nobles.
¡Lo contentos
que estábamos,
aquí arriba!
No obstante con los años
algo cambió, dentro de ti.
Olvidaste la naturaleza de aquello
que te habíamos conferido.
Otras agendas empezaron
a interesante, con vehemencia.
Oscureciste tu organismo
con vicios y venenos.
Lo malgastaste y convertiste
en el cuerpo de un matarife,
de una horrorosa bestia.
Lo mutilaste,
lo rompiste,
lo desfiguraste.
¿Y ahora pretendes, apóstata,
que te demos uno nuevo?
Reza por tu verdugo
Reza por tu verdugo,
reza por el que entró a tu casa
a destripar el cráneo de tu padre,
y por el que violó a tu esposa
al borde de la interminable
carretera.
Reza por el que golpeó
a la embarazada
hasta hacerla botar
el niño.
Por los sujetos
que nos hicieron
el servicio de cortarnos
las gargantas,
mientras pronunciábamos
la última
promesa.
Por el que invoca
el granizo y el rencor,
sobre el techo de tu templo.
Por el que pone
un manto de odio,
sobre un santo
desmembrado.
Y el que apretando
el pájaro,
cantó mientras lo hacía.
Por el que pusiera machetes
sobre la harina acostada,
y el que cortara las junglas,
sembrando el erial.
Por las comunidades
de histéricos minotauros,
que van circulando
en las oscuras avenidas,
con rifles no reglamentados.
Por los zombis,
siempre comiendo
hígados de pobre;
y por aquellos
que vinieron
con la lógica rapaz,
a vendernos espejos
en las últimas hambrunas.
Reza y reza
por los pragmáticos
tiranos,
pues defecan venudas
esferas de sangre.
Por supuesto, no dejes de rezar
por quien va repartiendo
ceguera entre todos
los cosidos:
no hay mayor crimen
que el suyo.
Y por los nazis,
en los campos
de la muerte:
pues nadie más lo ha hecho.
Reza incluso
por el que envenenó
a tu perro,
mientras llevabas
a tu madre
al hospicio
de los locos.
Así es:
reza por él,
por ellos,
reza por todos,
y por supuesto,
no olvides rezar
por ti mismo,
pues también llevas
algo en la mano,
y no es
exactamente
un pan.
Cuchillo
Todo punza y todo corta.
Todo es cuchillo.
La lámpara está diciendo:
ven aquí, te voy a rebanar
en deliciosos pedazos.
Rompes la lámpara (vlang)
y todos esos pedazos
son ellos también cuchillos,
cuchillitos, buscándote.
La mesa es cuchillo.
El rótulo es cuchillo.
La hoja del árbol es cuchillo.
El algodón mismo es cuchillo.
Caminarás, con las tripas de fuera,
por la tremenda calle abierta,
por la calle sin referencias
ni coordenadas, abierta.
Todo está allí para reventar
tu burbuja de irrealidad.
Serás cortado.
Serás despertado.
La mudanza
Señor de la ciudad
se muda a pueblo,
en lo alto de una sierra.
Está huyendo de algo,
no sabemos de qué.
Se instala en una pequeñísima casa,
a un costado del cementerio,
y a la semana se da cuenta de algo:
el cementerio, que parecía estar más lejos,
ahora está notablemente más cerca.
Una segunda semana termina:
en efecto, las tumbas se aproximan,
se están arrimando, con certeza,
a su insignificante morada.
Pregunta a los locales.
Pasa todo el tiempo,
responden ellos,
las miradas ausentes.
El hombre decide resistir.
Construye un alto muro,
entre el movedizo camposanto
y su desvalida vivienda.
Se siente confiado.
Pero da igual: y da igual
porque los sepulcros
botan pronto el muro.
Pronto, de hecho,
se meten a la casa:
los sepulcros, y las nieblas,
y los extraños seres sin raíces.
El señor sabe que lo lógico
sería mudarse, nuevamente.
Pero mudarse en realidad
ya no es una opción.
Por el juego
1. Entre las cartas se oculta,
discretísimo, el diablo.
2. Mis contrincantes observan
castamente su ambiente.
Ah, seres persuadidos,
lo más bellos del mundo:
¡somos compañeros de celda!
3. Yo besaría todo en este lugar:
besaría la superficie verde de la mesa;
besaría cada una de las fichas de plástico,
y, en términos técnicos, besaría siempre
todas las paredes de este santo casino,
en donde las rondas se van acumulando,
las señoritas circulan, como libélulas,
y hay un malentendido en cada vaso.
4. Algunos se retiran; otros suben el monto;
otros lo ponen todo ahí mismo, y yo también,
porque soy de veras y soy en serio un campeón.
5. Mi amor por el naipe es el de siempre.
Soy el producto de noches que van
cayendo en la garganta de la fortuna.
Una vez que empiezo, no termino.
Pertenezco a esa raza de seres que viven,
mientras otros, tristemente, duermen.
De día vegetan los insufribles dogmáticos,
los que nunca y nada aprecian el azar,
y que no tienen al parecer los medios
para sujetarse a sus disposiciones canallas:
no tienen ojos y no tienen manos.
6. No, no es el dinero.
Mi agenda no es comercial.
Por tanto, no administro nada.
Tampoco busco la celebridad.
Simplemente, vuelvo a apostar.
7. No poseo ninguna plataforma,
ninguna tabla de salvación.
Mi rollo es sentarme en la mesa,
y sangrar por el costado.
8. Por el juego perdí
mi carro, mi casa,
mi familia,
mi calibre.
No acuso a nadie.
No acuso ni siquiera a los naipes.
Los naipes lo consumen todo,
porque están hechos
de un fuego paciente
y muy sereno.
9. Ya nada me interesa,
salvo las cartas,
que son la primera cosa
y la última.
A veces se me acerca
alguna mujer en el casino,
persuadida que podrá
arrancarme
unos billetes,
a cambio de su cuerpo.
Pobres ilusas.
Mi deseo es ya otro.
10. No siento
nada por nada
y por nadie;
mi vida no es más
que recaudar
la eterna poesía
y humillaciones
de los casinos.
Las cartas me han arruinado
en noches mediocres,
y alguna excepcional.
Perder, perder otra vez,
perder, ganar.
11. Porque a veces,
no siempre, pero a veces
gano.
Me jode que mis hijos
no vean cuando
me llevo el montón
(aunque lo vuelva a perder).
Su madre hace toda
esa propaganda negra
en mi contra:
que soy un fracasado, dice,
pero a veces,
en medio de la inercia,
realmente triunfo,
realmente destruyo.
12. Soy como un payaso
hierático que bebe
sorbitos de whisky,
y estudia el punto,
la alquimia, la ciencia
central
que le permitirá
extraer el oro
de las combinaciones.
13. Estoy enterado
de que no hago ningún servicio
al universo.
Así que no me lo recuerdes.
Mi vida, la de este adicto,
es una pregunta
en las horas
tenues:
¿quién saldrá de la noche
a romperme las costillas,
por cobrarme un dinero?
14. Mi tumba dirá esto:
“Perdió lo que ya había ganado”.
Un entrenador le habla a su luchador, en la esquina del ring, durante la pelea
¿Y qué cosas le dice?
Que ve en sus ojos zafiros de furia.
Que sus músculos fueron forjados
en el sur exacto del propio infierno.
Que el hierro retrocede ante su baile.
Que sus puños son artefactos divinos.
Que cuando termine con su contrincante
habrán incontables cadáveres en la lona.
Que es el Gran Héroe del cual hablan
emocionados los dioses del Olimpo.
Que hirviendo están las mil vírgenes
que lo esperan ya en los camerinos.
Que las esquinas del ring son cuatro
llamas eternas, cantando su nombre.
El boxeador está listo
para el próximo round.
No leas más
Eres un amorfo,
un roto, un anafrodita.
Nunca has visto
un toro ni un rubí.
De papiro son
tus tres párpados y
tus uñas ya cayéndose.
Y no es que tus libros
preciosos precisen
ser quemados.
Eres tú el que debe arder
en la pira de palabras.
Sí, yo maté a esa pobre familia
Primero,
maté al padre,
luego a la madre:
que dormían.
Los vi dormir un rato,
accioné la escopeta
enfebrecida.
Significa que toda esa sangre
fue manchando las sábanas.
Los niños se levantaron
con el grave estruendo.
Pronto los mataría
a ellos también.
La manera en que los liquidé
fue lo que determinó
el desprecio y la inquina
de la sentencia.
Al pequeño lo ahorqué
con mis propias manos.
Y no se moría.
Por el amor de Dios,
gritaba yo, muérete ya.
Y yo allí, apretando, apretando.
Creo que le estrellé un puño
contra el pómulo.
¿La niña?
Vamos a ver:
la niña estaba acurrucada
en un rincón, derrotada
por el miedo.
Hay ciertas cosas que recuerdo
de esa noche, y una de ellas
es el llanto de la niña.
Su llanto era una forma de no creer en nada.
Raro porque los niños
siempre creen en algo,
aunque tengan miedo.
Pronto me irritó su sollozo pálido;
disparé; disparé dos veces.
Después moví un poco el cadáver, no mucho.
Y es que todo tenía que estar en su lugar.
Todo tenía que verse bonito.
Por supuesto, me hago ciertas preguntas:
si debí manipular los cuerpos del padre y la madre
para que se abrazaran, por ejemplo.
Que así los descubriera la policía
hubiera sido todo un detalle.
No es morbo alguno:
hay modos convincentes
de hacer las cosas.
Es lo que me enseñó mi propio padre.
Me gusta ser competente en lo que hago,
y lo que hago es matar gente.
¿Que si mataría otra vez?
Claro que sí. Si estuviera allá afuera,
seguiría haciéndolo, definitivamente.
Me arrepiento un poco de no haber huido.
Debí haberme ido cuando
escuché –detrás del velo
del silencio de la noche–
el ruido chillante de la sirena.
No sé por qué me quedé.
No sé por qué no opuse resistencia.
Quizá era el rostro de la niña,
quemado por la pólvora.
Otro cuento con pareja
Van en la carretera: el Él, la Ella & el Nene,
que es un como un pequeño gorrión
en el asiento de atrás del carro.
El carro avanza entre pueblos
incinerados de fantasmas de sal.
El calor es Tremendo.
La Ella quiere detenerse
a comprar algo de tomar.
El Él, más bien, seguir.
Empieza la discusión.
Gritos & reclamaciones.
Finalmente, el Él accede:
detiene el carro, encabronado,
justo al lado del camino,
y al lado de lo que parece ser
una especie de almacén
en el Corazón de la Nada,
cuyo viejo techo de lámina
está siendo castigado por el sol.
El calor es Abrumador.
Se bajan.
Bajan el carruaje del Nene.
Entran.
Una gorda señora dormita
detrás del mostrador;
es como una gorda serpiente.
Aparte de ella, nadie.
El almacén está repleto
de cachivaches baratos,
sin finalidad.
Un viejo congelador
retiene cocacolas prehistóricas.
La Ella recorre la tienda, fascinada.
El Él también: pero pronto se aburre.
Decide entrar al pequeño baño
de variados olores–hedores.
Luego sale a contemplar la carretera.
Oleadas de polvo,
llevadas por un viento
ardiente, refocilante,
que hacen chirriar
la estructura del almacén.
El calor es Estúpido.
Los tráilers pasan
& pájaros negros en el cielo
sobre las vegetaciones resecas.
El Él se queda un rato viéndolo todo,
en una pausa infinita de tedio, casi violeta.
Pobre el Él. Ya no soporta a la Ella.
Entra de nuevo al almacén.
La Ella está como posesa y enfrascada,
comprando cosas que no le servirán de nada.
Hasta que el Él le reclama: que ya se quiere ir.
Pero la Ella no es sumisa, y no se deja.
Media hora más tarde salen:
salen del almacén–asador.
El Nene está quietecito, quietecito,
y muy caliente, muy caliente.
El calor es Cruel.
Antes no era así
Antes no era así:
antes las culebras
no serpenteaban
entre las sillas.
Pero un día anocheció
y el día nunca volvió
a mostrar su corazón.
Claro que los seres
se pusieron de rodillas.
Pero todas las bendiciones,
los poderes prometidos
jamás,
jamás
llegaron.
Las crisálidas no se abrieron.
Solo las oscuras posibilidades.
Pájaros sin deseo
se desplomaban
sobre los carros.
Las piedras gritaban.
Los niños, ellos,
bebieron locos
su propia orina.
Se supone que el tiempo ha pasado.
Entre los cangrejos
nos escondemos.
ya lo arreglaste todo
ya lo arreglaste todo pusiste las piezas en su lugar generaste mucho dinero dejaste una larga estirpe cogiste sin cuartel venciste a tus enemigos decapitaste a los dictadores sostuviste las justas relaciones las anoréxicas te dieron las gracias los puercoespines su protección otorgaste nueva vida a los carcamales fuiste amado por los estanques hiciste magníficos diseños hablaste con los matices pusiste a funcionar todos los sistemas constelaste las naciones aboliste las prebendas alimentaste a los perros vaciaste los campos de concentración inventaste nuevos sufragios te hiciste uno con los ángeles incluso fuiste crucificado por el Padre en teoría eres libre y superior salvo que todo sigue roto
Conclusión del decepcionado
Después de tantísimo trabajo,
luego de tantas pastillas,
exorcismos y divanes,
la decepción sigue
conmigo, devota.
Mi conclusión:
debe ser
genuina.
El cuarto
Hongo, reptil, mamífero, humano, deidad: estás en el cuarto.
A veces el cuarto es vasto como el universo, a veces insignificante. En ciertas ocasiones está cundido de ángeles; pero luego apesta como fosa séptica.
La vida es fácil y no lo es. El orden nace y muere. Te aburres y te excitas.
Lo realmente difícil es rascar, seguir rascando, de instante en instante. Lo difícil es la sed.
El asunto es que ya no sabes pedir piedad: estás seco como un carbón.
Hasta que alguien te descubre, te dice no te preocupes, todo va a estar bien, te susurra ciertas cosas al oído; y ese alguien soy yo.
Ese alguien soy yo, explicándote como funciona el cuarto.
Es cierto que el cuarto pareciera estar cambiando. Pareciera que no es un solo cuarto sino muchos, y en cada uno de ellos avanzas –esquina a esquina, muro a muro, milímetro a milímetro– arrastrando los cabellos ebrios y largos, entre otros incorregibles tarados.
Pero por otro lado da lo mismo moverse, porque el cuarto en suma es uno y en suma el mismo.
Tú mismo estás en cierto modo en perpetuo modo de transformación, engendrando toda clase de personalidades y formulaciones. Pero has de saber que todas tus tragedias se reducen a una. ¿Cuántas veces has movido los muebles, los signos de lugar? Piénsalo. ¿Cuántas veces te han hecho cosquillas los bichitos, o te han cortado sin remedio? Piénsalo. ¿Cuántas veces has recorrido este bazar, en busca de un espejo que en realidad ya compraste incontables veces? Por el amor de Dios, piénsalo. Todas estas configuraciones, destinadas a repetirse una y otra vez, no varían sustancialmente en nada.
Por supuesto, no estás solo en el cuarto, otros te acompañan, con sus animales domésticos, y si te acompañan es porque están tan obscenamente desesperados como tú, o porque son tú, en todas tus formas y voces, del mismo modo que tú eres ellos.
Del mismo modo que tú eres yo.
Pobres criaturas, con sus morales torcidas. Hay que verlas patinar y caerse torpes sobre su propio líquido amniótico. Ay, como caen, cómo hacen el ridículo, cómo tratan de sobrevivir al cuarto... Pero nadie puede sobrevivir al cuarto, realmente. Y eso es porque el cuarto nunca muere… El cuarto respira, sangra y es eterno. El cuarto siempre está naciendo, siempre es nacido.
¿Me escuchas? El cuarto jamás morirá, y tú tampoco de hecho, porque tú y el cuarto son una misma cosa. Y dado que tu misma substancia es la substancia del cuarto, y el cuarto tu propio cuerpo, estás condenado tú también a no morirte.
Por tanto ni te molestes en quitarte la vida. Salir del cuarto es seguir estando en el cuarto. Cortarse las venas es volver, una y otra vez, al cuarto.
¿Qué si el cuarto es una maldición? Puede ser. Es una manera de verlo.
También podemos decir que el cuarto es extraordinario. Y en verdad es extraordinario, el cuarto. En verdad lo es. Está lleno de milagros, de ocurrencias imprescindibles. Cuando pones tu oreja contra la pared y escuchas lo que hay del otro lado, lo que escuchas es a ti mismo del otro lado lado poner la oreja contra la pared. ¿No es eso de veras increíble?
¿Qué para qué has venido al cuarto? No hagas preguntas tan retóricas y tan estúpidas. Lo único que te puedo decir es que por tu culpa el cuarto está aquí. Te gusta el cuarto, y lo has mandado a llamar. Y ahora el cuarto está aquí, y ahora estás en el cuarto.
También podemos decir que el cuarto ha enviado por ti. ¿Por qué dices todas esas cosas tan hirientes, a veces? Porque el cuarto te lo ha pedido. ¿Por qué ríes y ríes hasta perder esencialmente tus dientes? Porque el cuarto es como una caricia larga y propicia, una brisa infinita que calma a las bestias.
Claro que todas estas explicaciones carecen de importancia. En última instancia, no hay nadie en el cuarto, ni siquiera tú. ¿Qué eso ya lo sabías, dices? Si realmente lo supieras, no estarías en el cuarto.
El regalito
Raúl está haciendo
cat sitting para su mejor
amigo Renaldo.
Renaldo se ha ido de viaje a Roma,
verán, y le ha pedido a Raúl que visite
de tarde en tarde a su gato,
que se llama Raimundo,
o Romildo, no recuerdo.
El primer día que Renaldo llegó a casa de Renaldo,
Raimundo (o Romildo) estaba aterrado,
se fue a meter debajo de la cama.
El segundo día lo mismo.
El tercer día algo cambió:
el felino se atrevió a salir,
discretamente, de su escondrijo.
El cuarto día se dejó incluso acariciar.
El quinto día ya estaba
completamente feliz
de ver a Renaldo.
De hecho, el sexto día
le llevó un pajarito muerto,
en señal de agradecimiento.
Renaldo estaba registrando
las cosas de su amigo Raúl,
buscando un chisme o secreto,
cuando Raimundo–Romildo
trajo a sus pies el pajarraco,
lo que le pareció a Renaldo
entre tierno y asqueroso.
El séptimo día,
le llevó, no un pájaro,
sino un dedo humano.
Renaldo pegaba de gritos…
California arde (arde California)
Es otro día ya sin lluvia.
Otro día ardiente en California.
Desde las intensidades del Este
caminaron todos esos seres
sobre la dura grava.
Entendámonos:
no eran por fuerza buenos seres,
pero tenían un corazón bravo.
¿Qué buscaban?
Buscaban hogares.
Ser merecidos
por un espacio.
Hoy amaneció todo en fuego:
a lo lejos las cámaras
de los telenoticieros captaron
los autos huir,
los autos huir,
los autos seguir huyendo,
y arriba el humo
como la noche.
A ambos lados de la carretera
los árboles desaparecieron,
sin pausa, por millas.
El viento nos trajo el concepto,
el olor de lo carbonizado.
Es de pensar que el fuego será
siempre el modo y la manera
que posee el gran dios cínico
de recordarles a estos hombres
y a estas espinales mujeres
su naturaleza atávica:
la de trashumantes,
la de nómadas,
la de tiernos
evacuados.
Estos son los desplazados.
Y estas son las caravanas.
Estos aquellos mismos peregrinos
que una vez comparecieron,
entre capítulos de gloria,
en esta zona y territorio,
en donde el fuego es mar.
Vengan secoyas,
vengan empresas,
vengas casas compradas
con el sudor de toda la vida,
vengan condados completos:
sean el vaho pardo
que aboveda los cielos,
mientras las mangueras gritan,
afónicas, en el verano boreal.
Pick ups irreconocibles.
Tendidos eléctricos caídos.
Ruinas, viñedos sin patria.
(Y entre los maderos
superennegrecidos,
entre la tanta ceniza,
la cajita en donde la niña
solía guardar los ronrones
muertos del abuelo.)
Serás quemado, californiano,
por la brasa básica, original,
fluida, de veras científica.
Serás la respiración áspera
de lo negro y lo chamuscado.
Serás encerrado
en cicatrices
de incendio.
Ni tus seguros
ni tus pólizas
podrán impedirlo.
Los bomberos no podrán ayudarte.
Y una vez que el último acre
haya desaparecido,
habrás aprendido
a llorar en serio.
Y rezarás por el frío.
Pero ya no habrá
tierra a donde volver.
Noche de cumbia
[En el trance. Mar de cuerpos. Sudan. ]
[La cosa, la fiesta, la cumbia:
la pura incandescencia.]
[El Ángel los tiene de rodillas.
El Ángel, residente y leyenda,
los tiene de rodillas.
Él Ángel, dj legendario,
los tiene danzando,
pero de rodillas.]
[Cumbiera constelación
cumbiera, energía bautismal
cumbiera, saliva sexual
cumbiera: meneo.]
[Un relámpago,
una sombra,
se desliza,
sin pose,
entre las luces
parpadeantes,
lastimantes,
del galpón.]
[Pero nadie percibe al sicario;
ni el calor
omnipresente
lo mira
mientras se coloca
al lado del Ángel,
en lo más alto
de la fiesta.]
[Y sin embargo allí está,
verduguillo en mano.]
[Él sabrá por qué hunde
el arma no dos, cinco veces
en el cuerpo de Ángel,
que cae sobre su laptop.]
[En el caos, el sicario escapa
relajado: las hembras gritan.]
[Y la cumbia sangra.]
Breve declaración del bombero después del terremoto
Vivos o muertos:
hay que sacarlos.
Muchos,
es cierto,
muertos
ya están.
Polvo y sangre.
Queda recoger
sus cuerpos
con cuidado
y mucho respeto:
darles otra
sepultura.
Luego los vivos.
Te dirán que es inútil
seguir buscándolos,
después de tantos días.
Pero yo a eso le llamo
cobardía, y para mí
esa palabra es
ya bastante.
Hay que seguir.
De las primeras horas
hasta las últimas.
Seguir y no parar.
Si sientes
que debes
parar,
sigue.
Confía en tu instrumento,
y tu instrumento
es la decencia.
No hay ningún motivo
para pensar que tienes
el derecho a no seguir
hurgando la tierra,
rascando la tierra,
retirando
los bravos
escombros.
Y no temas.
Nunca temas.
El espíritu del aire
vendrá a asistirte.
Cuando sientas
que el oxigeno
se termina,
otro tónico,
otro poder,
sabrá levantarte.
Y las tumbas se abrirán,
y tiernos Lázaros
saldrán de lo hondo
para contarte
sus hondos
secretos,
y te sentirás agradecido,
de que el sol los toque
nuevamente.
Pues héroes son,
y nosotros nomás
sus asistentes.
Así pues,
nuestra única base
de honor es seguir:
registrar cada sonido,
cada posibilidad.
Hay personas allá abajo.
Venimos a sacarlas.
Broma Extrema
Decidieron jugarle una Broma Extrema.
La Broma Extrema
incluía una garrucha,
un toro de falaris,
un head crusher.
Uno de los momentos más hilarantes
fue cuando le cortaron la lengua.
El video recibió 75,000 hits.
Monólogo del asesino slasher
Estás destinado a mi machete y tu sangre destinada a redecorar las paredes de este lugar.
¿Qué quieres? ¿Ver eso que hay detrás de mi máscara? ¿Te salvará mi cara espantosa y desecada? No preguntes cosas cuya respuesta no deseas saber.
Y además da igual, puesto que de todas formas serás destripado.
¿De veras piensas que saldrás vivo de aquí?
No mereces tener la mano pegada a tu brazo. No mereces poseer una garganta cerrada. Lo único que mereces es el filo anunciado de mi hacha.
Soy la leyenda de la que tanto te hablaron, soy el payaso que sale en los oscuros rincones, y que busca, entonces, tu néctar rojo. Soy el que mira por la ventana, por la grieta, por la celosía, mientras fumas drogas, y fornicas sobre una manta, en una cabaña.
¿No me ves viéndote, desde el bosque, junto a tu miedo?
Pide a Dios, si quieres: Dios es sordo. No hay nada más fraudulento que un ángel. Cuántos rezaron, frente a mi motosierra gloriosa, solo para quedar cercenados en misteriosos pedazos.
Se acabaron tus días áuricos de adolescente. Si hay algo lastimable en ti será lastimado. Tus gritos amanerados solo me dan placer. Aquello que te hace correr ya te está esperando.
Mi historia es ya leyenda, es secreto vivo en los corredores de una escuela en donde el centro de mi odio está ya cifrado.
Hoy es una noche especial.
Corto y arranco y destruyo mucho y siempre. Sorberé tu fluido espinal. Mi ocupación es transformar tu cuerpo en picadillo.
¿No es correr precisamente lo que no tienes qué hacer? ¿Crees que esto es un juego? ¿Un videojuego?
Sí, a lo mejor es un juego. Pero es mi juego.
El viejo error es seguir corriendo.
Hay tiendas así
Hay tiendas con esta característica:
por fuera parecen chiquitas, discretas,
pero por dentro son gigantescas,
y hasta puede que no tengan fin.
Julio entra sin esperar ninguna cosa,
no tiene en mente comprar nada.
Los empleados lo saludan cordiales.
Va avanzando de cuarto en cuarto,
y al principio, como es de suponer,
todo le parece hermoso, radiante,
y en definitiva llama su atención.
Los muebles, y los dormitorios,
las salas de baño en exhibición,
los escritorios y jardines internos,
los diseños tan extraordinarios,
las alfombras así de voluptuosas,
todos esos maravillosos objetos
–tantos floreros, espejos y marcos–
emanando una aura casi perceptible.
Pero luego de circular y peregrinar,
otra vez, de showroom en showroom,
la experiencia se pone más fastidiosa,
y la tienda incluso un poco laberíntica.
Las personas que crean estos recintos
son definitivamente muy inteligentes,
piensa Julio, mientras busca la salida.
Sin encontrarla, de hecho, en ningún lado.
Julio está perdido, no queda más remedio
que preguntar a uno de los empleados,
que da vagas y cerebrales explicaciones.
Transcurre una completa media hora,
luego una hora, Julio está muy nervioso,
tiene un poco de hambre, hace un buen rato
que no mira de hecho a ningún dependiente.
También es cierto que le gustaría beber algo,
pero los cuartos de exhibición se suceden
unos a otros, implacables, y es la sensación
desagradable, inquietante, ¿cómo quitársela
de encima?, de que alguien lo está viendo,
y sin embargo los cuartos están aún vacíos.
No hay más que cosas y cosas, más cosas,
y Julio ya está como arrastrando los pies,
a veces cree que ya ha encontrado una salida,
pero entonces se ve lanzado a otra galería,
¿y después?, después es averiguar si esa
o aquella otra escalera lo llevará a un lugar
más claro, o si por el contrario esta narrativa,
prosa interminable de habitaciones, ¿es de día,
de noche?, de recintos pendientes, ha de continuar,
y por supuesto sigue y sigue y sigue y continúa.
Y Julio grita o intenta usar el celular, pero la señal,
no hay señal, no sabe si los cuartos son los mismos
o bien son otros, y las cosas, ellas, parecen reír,
parecen estar vivas, y Julio tiene una viva náusea,
y hay que verlo –realmente da pena– lloriquear,
pues se da cuenta, en un doloroso lugar común,
que de este espacio (como bien dice la canción)
no va a poder salir, ni hoy ni mañana ni nunca,
y que hay tiendas así, que hay sitios infernales
que de manera misteriosa carecen de punto final.
Canto al mantra
Hacemos mantras.
Mantras matemáticos,
a velocidades increíbles,
mantras vehementes,
que anuncian energías
y poderes exquisitos.
Mantras que duermen
a los mismos elefantes.
Que levantan los mástiles
de los barcos blancos
comidos por la viruela.
Que ahuyentan el pus.
Hacemos mantras,
luego la carne vibra.
Hacemos mantras
y derribamos la mueca
amplia de lo pavoroso.
Reducimos los demonios
a escombros y vestigios.
Ellos tienen armas
y nosotros mantras.
Cada rosario/mala
es una ametralladora.
Cada sílaba–sonido
una bomba infinita.
Magno gallo cósmico
de infinitas radiaciones.
Las sílabas danzan
–largo río circular–
en torno a la luna.
En el sonido tan puro
todo fornica con todo.
Estos mantras nuestros
son todos especiales,
vienen de altos lugares
y seres muy pulidos.
Es de día, de noche,
hacemos mantras,
millones de mantras,
aquí, en todos lados,
en cuevas, en calles,
a todas horas, siempre.
Repetimos mantras
porque ya estamos
hartos de la repetición.
Para formar el cráneo
diamantino del santo.
Para borrar la leche
agria de la agresión.
Para romper el espejo
lento y más oscuro.
Para que se desate
la gran menstruación.
Decir un mantra
es espiar el infinito
desde el susurro
más transparente.
Es cortar y dividir
el velo de uranio
de la ignorancia.
Mantra es derribar
las irreconciliables,
tristes diferencias.
Hacemos mantras
por los pobres topos,
por los muertos–vivos,
por los sin–contrato,
por los secuestrados.
Por ellos, y por todos,
al mantra nos cosemos.
Las aves dicen con nosotros.
Procesión
Cada Martes Santo,
una Procesión de Difuntos
sale de la Iglesia en Ruinas,
llevando en andas
al Santísimo Gusano.
Se arrastra
Se arrastra:
se arrastra al teléfono,
el anciano.
Descamisado,
en arrugas,
casi ciego,
se deja caer
desde su silla de ruedas,
se arrastra,
entre viejos bozales,
antiguas bacinicas,
fotos de su esposa
muerta de cáncer,
entre la mierda del gato.
Hay que verlo,
ese torso,
cruzando
con esfuerzo
la sala interminable,
el corazón en pugna.
Va dejando el cuero
delicado, delicadísimo,
en la alfombra rugosa
–los pellejos se desprenden
como orquídeas de carne.
Su traslación es lenta, morosa,
es crística, madreterésica.
La orina le corre
por la pantorilla
de la pierna inútil,
una de ambas.
Pero allí va,
el hueso, el señor,
con honor y potestad,
y cuando
por fin llega
al teléfono
–al celular–
comprueba, con horror,
que está descargado.
Ausencia
Ella nunca llegó
al restaurante,
así que él cenó
con su ausencia.
Que por demás
era una ausencia
bastante atractiva.
Llevó a la ausencia
a su departamento
e hicieron el amor.
Un año después
ya vivían juntos.
Más tarde, tuvieron
dos preciosos hijos.
(Como su madre,
ambos no eran.)
Luego los problemas.
Harta ya, la ausencia
lo terminó dejando.
Quedó algo sin nombre.
Esta es la carne que comemos
Esta es la carne que comemos:
esta es la carne sedante
de los que se fueron
quedando engarrotados
en las inacabables trincheras.
Antes que las aves
vinieran a buscarlos,
antes que fueran infestados
por la sombra de los gusanos,
antes que las plagas,
antes que el polvo,
los fuimos asando,
hundimos la mano
en sus duros costillares
y sacamos nenúfares
de fuerza y proteína.
Esos bultos fueron
nuestros amigos,
nuestros tristes amigos,
pero tenemos hambre.
Las yeguas se terminaron,
esta es la carne que comemos.
Pala
Veníte, me dijo.
Veníte rápido.
Y fui. Y entré.
Y allí estaba ella,
en la sala: muerta.
Un hilillo de sangre
le brotaba de la frente.
Es que no dejaba
de gritar, la puta
no dejaba de gritar,
iba diciendo, perdido,
Paco, agarrándose
su propia frente.
Vos sos mi amigo,
tenés que ayudarme,
me decía, y las manos
le temblaban mucho,
y sudaba un montón,
como un gran cerdo.
Lo consideré todo.
Consideré la noche
rozando la ventana,
consideré el cuerpo
tierno de ella, también
el bosque allá afuera,
enigmático y terrible.
¿Tenés una pala?,
pregunté, por fin.
Las antiguas respuestas
El cretino
y el príncipe
han perdido
su herencia.
El sicario ya
no sabe matar.
Tú mismo revuelves
los signos turbios
de la tierra escarlata,
y desarmas televisores
de un siglo pasado,
mientras una radio
ya borrosa suena
en ninguna parte.
Has deambulado
entre escombros
de artillería profunda,
con las uñas agotadas
por rascar los espejos.
Las viejas respuestas
no sirven, no servirán.
La sed quemará los ojos.
Dos lluvias
No sabemos si celebrar el aguacero,
que cae dulce entre los edificios,
o si ponernos tristes
por los que sufrirán
bajo sus aguas furiosas.
La lluvia es dulce,
pero también es
cruel.
Estamos siendo mojados
por dos lluvias
al mismo
tiempo.
Clavícula
Eso que no tiene forma vuelve a vivir.
Desapareciste, desapareció la montaña.
Pero luego, no comprendemos cómo,
la fragancia te despertó del vasto letargo.
Tus manos, ellas, volvieron a abrirse,
y por tanto bajaste a la plaza cansada
donde acuchillan a perros e iguanas,
y venden viejas muñecas de silicona.
Comiste y en verdad te encantaron
las baladas guarras del cojo demente.
Al día siguiente, conseguiste un trabajo,
construyendo ataúdes, allí te quedaste.
Eras creativo, eficaz, talentoso y cumplidor.
Y es que amabas el contacto con la madera,
que trabajabas escuchando sonatas de aire.
Le caíste bien al jefe; se hizo pronto tu amigo;
te habló con nostalgia de su madre la albina.
También te presentó a sus amigos los arribistas,
que son los dueños hegemónicos de la comarca,
y beben whiskey anciano, mientras deciden
la suerte, el destino y el argumento de todos.
Cierta noche, presenciaste, con horror preciso,
cómo degollaron y evisceraron a una prostituta.
“Con que no te gustan nuestras prácticas”,
dijeron. “Es tiempo de darte una lección.”
Te lincharon a lo largo de las horas, perdiste
un testículo, el pequeño, perdiste los dientes,
y luego inclusive te rompieron la clavícula,
y los muy ingratos abandonaron tu cuerpo
cerca del viejo aserradero abandonado.
Casi te comen las bestias, pero un Cristo
mortuorio y de ojos blancos vino a salvarte.
Más tarde vagaste por los litorales de la ciudad,
y dormiste entre papeles y testamentos inútiles.
Una mujer te llevó a su casa; lamió tus heridas.
Miraban por el balcón las reses pasar y pasar.
Con ella tuviste un hijo, y fuiste bastante feliz.
Hasta que te aburriste y te enfermaste de todo,
te echaste asqueado debajo del olmo ancestral,
sobre la montaña, que pudo ser otra o la misma,
y que algún día desaparecerá, contigo en ella.
Entonces una nueva fragancia volverá a exigirte.
Amor materno
Una madre que ama a su hijo:
eso de veras es digno de verse.
Tomemos el caso de Mariola.
Todo lo relacionado con su hijo
es para ella perfectísimo, sagrado.
Mariola sube fotos al Facebook,
donde se ve el nene muy vestidito,
o bien desnudito cuando lo bañan,
o en pijama cuando duerme,
como un pedazo de ángel,
sobre su almohada verde.
Mariola le toma fotos y fotos.
Y es que no puede dejar de verlo:
sus manos, su frente, su sonrisa.
Inclusive no deja de ver su caca.
A veces, cuando nadie la mira,
Mariola come la caca de su hijo.
Regalos divinos
Esos
poemas son regalos
divinos.
Se abre un agujero
en la pared,
metés la mano,
allí está la inspiración,
gema extraña.
Pero ojo:
si no te apuras
en extraer la gema,
el agujero
se vuelve
a clausurar.
Y entonces,
por mucho
que lo intentás,
el poema
ya no se deja
escribir.
Algo muy precioso
ha sido desperdiciado.
Últimas palabras del maestro
Quítame ya este collar
de orejas: me despido.
Mis deudas fueron canceladas,
y las otras ya no importan.
Pronto vendrá un momento
de claridad, y veré los litorales.
Soy lo mismo que la sangre
saliendo por el corte del pulmón.
¿Miedo? No. Para nada.
No tengas miedo, tú tampoco.
Comprende, por favor:
que no iré a ningún lado,
que los lados no existen.
Lo crudo y lo biselado
no pudieron tocarme.
Nunca los espejos me vieron,
por razones que los mismos
espejos (que todo lo saben,
tan hábiles son) ignoran.
No me confundas con mi cráneo.
No mires más la jabalina.
No oigas a los diáconos.
Nada de eso es respetable.
Hay un aguardiente que no se acaba.
La otra mentira es la muerte.
La sangre es un minotauro en las venas
la sangre es un minotauro belfo una bestia para siempre perdida entre corredores sin viento metida en su huevo rojo de canales y pasajes escandalosamente iguales diseñados por un arquitecto obsesivo–compulsivo la sangre con su cuerno roto cubierto de bacilos intoxicados criatura más vieja que todos los galeones la sangre es un príncipe sin ojos que va como diciendo algo pero no dice particularmente nada y en sus aguas sonámbulas se vive ahogando la sangre lleva millones de años buscando siete varones y siete mujeres la sangre que empieza y ya no para hasta que se seca como una vieja elegía o un centurión inútil hasta que un ángel se corta las muñecas en el atardecer y el toro expira en la tina de la sangre la sangre también es como un círculo a quien le cortaron un dedo y va dejando un hilo de sangre entre días quemantes sangre–oscuridad sangre–nostalgia amarilla sangre se ha dicho que la sangre es libre en su imperio de celeridades pero lo propio de la sangre es sudar muerte y sudar sangre
El columnista
El columnista suda, frente a la pantalla,
y frente a los once mastines de la discordia,
dice metáforas, codornices,
claridades, diamantes
y acideces.
Al día siguiente,
aparece su texto
(con la eterna fotita)
y los lectores ya están colgando
un comentario amable,
o larval,
en la pantalla del diario digital.
Toma mucho hígado ser columnista.
Muchos sacrificios.
Muchos carneros muertos.
Pero sin importar lo que pase, el columnista rinde
su terca columna, sea tarde, y oliendo a ginebra.
¿Qué misterio mantiene al columnista unido
a este oficio gastado, esquilmado, acosado,
y mal pagado?
No lo sabemos. Solo sabemos
que tiene un hongo de criterio
entre los dientes,
y que el columnista
destila su columna
a partir de flores
y orines.
Luego queda una pequeña anguila,
un insecto reptando entre palabras.
¿Y quién lee todo eso? Pues nosotros.
Así que tráenos tus palabras columnista:
beberemos tu leche cianótica,
tu yema de pájaro frustrado.
Es una bendición odiarte
por las mañanas, columnista.
No pares y no termines.
Di lo que sangra.
Cambia las sociedades.
Te amamos, y sabemos que tarde
o temprano te desplomarás
delante del teclado,
por una trombosis,
por la situación
del país.
La próxima vez seré puente
Dicho está:
la próxima vez seré algo
que cruce un abismo,
algo que conecte
dos orillas lejanas.
De esa suerte,
tendré una mejor función,
y un mejor propósito,
que el que ahora tengo.
Como humano lo único
que hago cada día es:
vagar en los amplios campos
de cerezas y zarzamoras;
tocarle sonatas febriles
a los antiguos dictadores;
triturar gallos con un pedernal.
Por todas esas razones,
yo estoy con los que quieren ser,
más que hombres, puentes.
Un puente es lo que permite
resolver nuestras diferencias
y que los automóviles
crucen los barrancos.
Y sin contar que,
gracias a los puentes,
algunos desesperados,
como yo mismo,
pueden quitarse la vida.
¿No es eso un gran servicio?
Beberé ácido
Fui,
en un carro,
violada.
Dejaré claro
que no pude gritar,
que no me dejaron gritar.
Que había
un olor
a ganglio,
y a odio,
a sudor,
y que la lluvia,
ella,
caía,
sincera,
pero impotente,
y que fui para ellos
una víctima apta,
pues tuve
miedo.
Y ahora
beberé ácido
para así arrancarme
este sabor de la boca.
En algún lado
de esta ciudad,
alguien ahorca
un gato.
La Gran Obra
Aurum nostrum non est aurum vulgi
El SUJETO HERMÉTICO
ha visto oscuridades,
cosas saturnales:
a los amos del mundo extirpar
jeroglíficos oscuros de la tierra,
ha visto seres rellenos de plomo,
niños fumando núcleos de muerte,
cielos sangrando sobre las ciudades.
Una profunda melancolía hace pues
que el SUJETO HERMÉTICO
se recueste por días y días:
una mónada a la deriva,
en el frío y críptico cosmos.
Lo acompañan
esos esqueletos
hechos de tierra
profunda,
susurrando ancianos
mensajes deprecatorios.
Pero luego ocurre que cierta noche
tiene la visión de un pájaro blanco,
naciendo de la ceniza.
Un pájaro de luna,
ya hecho mujer,
y la mujer defeca
un agua blanca
sobre un libro.
El SUJETO HERMÉTICO
se levanta por fin de su postración
y le toca el seno izquierdo.
Con lo cual la hembra alba
se convierte en un espejo
y el espejo se hace rojo.
Ese rojo es el propio rojo de su sangre,
comprende el SUJETO HERMÉTICO.
También comprende
que su sangre es única
en todo el universo:
innegociable,
intransferible.
Realizado el Opus,
y a la séptima semana,
el SUJETO HERMÉTICO
sale por fin de su morada,
y recibe la luz externa
como un rocío divino.
Va a un Starbucks,
ordena un capuccino,
lo pide con leche de soya.
Andrómeda & Vía Láctea
Dos galaxias están
a punto de chocar:
& lo saben:
& están tristes.
Dos huevos gigantescos llamados
Andrómeda & Vía Láctea
a punto de licuefaccionarse
en un soberano golpe sexual.
Ah, las costillas ígneas,
las antiguas disposiciones
de estos dos monstruos,
las estructuras termodinámicas,
las órbitas, las tórridas esfericidades,
los tabernáculos de elementos,
entrarán en un intercambio
sangriento & mercurial,
un tsunami cósmico,
una frotación críptica.
Se bornearán los sistemas de gravedades
& habrá una succión de gases,
dando un espectáculo
crepuscular de rayos gamma.
Eso será en unos 3.000 millones de años,
4.000 millones de años,
5.000 millones de años.
«¿Y qué?»
dirán los indiferentes.
«Para entonces
ya habremos muerto».
& tal es el punto:
también
nosotros
vamos a morir,
algún día,
también nosotros
nos pondremos tristes
al despedirnos de esta existencia
amniótica, orbicular.
Esas galaxias
& nosotros somos iguales:
somos exactamente lo mismo.
& ahora estas galaxias
quieren más vida,
& están asustadas,
porque perderán sus antiguas relaciones,
su precioso orden acumulado,
sus cuerpos tan profundos.
Es el día más oscuro,
cuando nos damos cuenta,
de veras cuenta,
que hasta las piedras
se disolverán
en la mansión
de la nada.
Ya es suficientemente difícil saber
que nuestro mundo está cambiando,
pero además comprobar
que en nosotros no hay
esencia, ningún oro fijo,
eso da terror.
Por tanto sepan,
Andrómeda & Vía Láctea,
que algunos de nosotros
sabemos lo que están viviendo,
y desde nuestra pequeñez,
y nuestra insignificancia,
estamos con ustedes.
Detritus
Me siguen los peces
de la ceniza, puntuales,
me siguen las almas
sin nada, inefables,
las viejas monedas
borradas, me siguen.
Pido protección
Pido protección, Mi Señor,
aún sin ser digno de Vuestra Túnica.
Vuestra Merced:
¡gracias por atender esta bajeza!
Enorme,
Digno,
Estupendo,
Altísimo,
Más Grande que el Orbe,
Sin Otros Semejantes:
allá afuera es que da miedo.
Dan miedo
esos seres
que caminan
blanquísimos
en los barrios,
con sus leños,
maltratando a quien se ponga
y no se ponga enfrente.
Constructor,
ya os digo:
dan miedo,
Dueño Mío,
todas esas huestes sin cortesía,
con sus instrumentos de tortura,
eviscerando a los ancianos sencillos,
que quedan hechos una pasta,
en las callejas.
Dan miedo, Milord,
los niños,
no tanto los que aparecen
desmembrados
en basureros oscuros,
en basureros oscuros,
con garbanzos de odio
cosidos a sus labios,
sino los otros,
rodeando infinitos
las hogueras caníbales.
Dan miedo los bueyes
de espadas rotas
que cuelgan de los puentes,
sin ondear,
con aire eterno
en penitencia extraña.
Dan miedo las hechiceras indomables,
endiabladas, incurables,
que nos van envolviendo
en su lágrima de mosca.
Y los dragones, Gran Merced,
que sobrevuelan ondulantes
las torres y las cosas,
buscando la pendencia del fuego,
haciendo más de un estrago,
con su persuasión de llama,
su tempestad de ardor,
quemando a herreros,
desollando con flama
a prostitutas corcovadas.
Por eso, Don y Señor Mío,
Maquina de Piedad,
Gran Cortesano,
yo os digo:
mi casa es sin ventanas,
sin puertas, sin paredes,
y para esta casa de duda,
rodeada de serpientes,
Magnificencia Vuestra,
Gallardo Varón,
Principal Mayor,
Venturoso y Atrevido,
yo os pido protección,
porque no sé defenderme.
El ahorcado
“Southern trees bear strange fruit”
Luego de colgar a un par de negros,
en una noche pantanosa
de 1962,
Robert Petersen,
miembro del Klan,
empieza a verlos,
a esos mismos negros,
por todos lados:
detrás de la vitrina de alguna tienda,
en la cocina de su propia casa,
parados al lado de la llanta
–la eterna y fatigada llanta–
de la vieja y oxidada camioneta.
Los negros, los colgados,
con los labios blancos
como grandes larvas,
lo siguen a todos lados,
él ya no sabe qué hacer.
Tanto que un día cualquiera
decide colgarse él mismo.
Pero el truco no funciona,
porque entonces empieza
a verse a sí mismo
por todos lados,
con la capucha blanca
característica del KKK.
Y es peor,
porque parece
fantasma.
Los dioses se aburren
Los dioses se aburren.
Fueron vastos garañones cósmicos,
cuervos de un billón de estrellas.
Crearon incontables cosas
con sus dedos gorditos
–celajes inmemoriales, gallos seráficos.
Cosas que cuidaron y acuchillaron,
como corresponde
a estos Varones.
Misericordiosos y canallas,
agrios, más sutiles que lo más sutil,
nos dieron los corderos y las historias.
Ellos, que escribieron
todas las permutaciones,
y mearon todos los vinos,
hoy, nomás, se aburren.
Las ratas les comen los pies, las carnes.
Duermen, adiposos,
en las cuevas invernales
del universo,
esperando que la nada
los venga a buscar,
como les fue prometido.
El indiferente
Tanto la ciudad como yo mismo hemos perdido el deseo, el interés.
Se nos fue el júbilo, la joie de vivre.
Monstruoso y vencido estado de neutralidad.
Los peores crímenes, las más abyectas catástrofes acontecen, crepitan: la ciudad y yo, desde lo inalterable, lo atestiguamos todo, sin inmutarnos.
No se cansan los seres de morir asesinados, pero la evidencia es que a la ciudad y a mí eso nos importa cero.
En eso la ciudad y yo somos idénticos.
Compartimos la misma ataraxia, ante lo pulverizado.
Nos da igual si las cosas sangran.
Somos como dos islas muertas, rodeadas de oscuridad y de grito.
Los escritores frustrados
Hemos de partir,
los escritores frustrados,
a ese lugar donde las orillas
finalmente son las orillas,
las paredes por fin las paredes,
nosotros por fin los fracasados
que jamás quisimos ser.
Hemos de partir,
con el último asco,
al sitio donde los versos
mueren ictéricamente.
Demos espacio a otros más feroces que nosotros,
porque nuestra propia música es ya repugnante,
y nuestro incendio no tiene, ya, corazón.
Veo mi biblioteca, y me provoca amargura.
El Jurado
Los miembros
de un Jurado literario
se hallan
en una inflamada
discusión.
Al parecer,
no hay modo
de llegar a un acuerdo
sobre el libro
ganador,
y aprietan los puños
como si hubieran
pequeños
gorriones
en ellos.
No hay que dejar de consignar
que varios manuscritos
se apilan en la mesa.
Y que ya han desfilado
los argumentos
de naturaleza
impresionista,
filológica,
estilística,
formalista,
estructuralista,
hermenéutica,
semiológica,
neomarxista,
posmoderna,
postcolonial.
Y todos
los demás
argumentos.
La discusión se ha extendido
a través de las horas y los siglos.
Todo va subiendo de tono.
La buena educación
se rompe tal espejo.
Los rostros muestran rojeces:
y hay mucosas que salen
de las narices de los Jueces.
Ya están aquí las imprecaciones,
los tartamudeantes insultos,
rengueando en la sala.
Al final, hemos visto que
uno de los miembros
sale del cuarto,
emblemáticamente.
Veinte minutos más tarde,
vuelve,
con un revolver
en la mano.
Dispara a quemarropa.