Poema escrito con la zurda
La otra
que fue siempre
tan rígida
ya ni sirve.
Ya
no sabe
redactar
tu nombre vivo.
La página, hoy
locura.
La caja
La caja o no
moverse.
La caja, o
moverse como loco.
La caja
moviéndose
en el espacio
de la caja.
La caja: un
hombre de rodillas,
mirándose las
manos de caja.
Es salir de la
caja,
encontrarse de
nuevo en la caja.
La caja, o
creer en la caja.
Creer en algo
más allá de la caja.
La caja acaso
más grande: pero aún caja.
La caja de oro.
La caja de
carne.
La caja de
espíritu.
La caja: y una uva envenenada.
Los pellejos
Estos son los
pellejos.
Los
resbalantes.
Los viscosos.
Consíganme un
machete.
Uno a uno,
segarlos todos.
No arden más los inciensos
No arden más
los inciensos.
Las plegarias
ascienden un poquito:
luego se
desploman en el lodo.
Las voces
santas se rompen
contra los
vasos tan sucios.
Miro a los que
vienen, tan inspirados.
Dios mío, la
decepción que les espera.
Poema al hijo que no tendré
¿Eres tú,
carne?
Es que apenas
te veo, sin ojos.
Un hijo es lo
que uno
en uno corta,
para que eso
nazca.
Un hijo
como
contraoferta:
será fuerte,
cavará una
tumba,
para tales
huesos.
Dime si eres
tú, en efecto.
¿Vienes a
reclamarme algo?
¿Es ésa tu
mano, estrangulándome?
En la niebla me vacío
En lo pálido:
diciembre.
Todo, en olvido,
se abre.
Ni los
fantasmas pueden verte.
Las guitarras negras
Ya no volveré a
escuchar
las guitarras negras,
las aulladoras, lentas, negras,
de nadie, guitarras negras.
las guitarras negras,
las aulladoras, lentas, negras,
de nadie, guitarras negras.
Ustedes, negras
guitarras,
seguirán
desvelando
a los que se arrastran
a los que se arrastran
al incienso de
la locura,
a los que ven salir líquidos
de todas las cosas.
a los que ven salir líquidos
de todas las cosas.
Yo en cambio no volveré
jamás a escucharlas,
jamás a escucharlas,
porque estoy
sordo.
Dijo adiós
Lo dijo,
y para no morir,
y para no morir,
empecé a vender
campanas
en la banqueta.
en la banqueta.
Empecé a usar
el azúcar
que dejaban los
pájaros.
Era mía:
la que me
esperaba
en lo alto de
las escaleras.
Hasta que dijo
–amanecida, ajena, retirada–
adiós
–amanecida, ajena, retirada–
adiós
(y había esa calma en su voz).
Para no morir,
me uní a la
espiral de las noches
de los cuerpos
jóvenes.
Pero esos
cuerpos jóvenes
me miraban con
asco.
Ella dijo
adiós.
Mi glándula
querida,
mi paciente
amiga,
había perdido ya la paciencia.
había perdido ya la paciencia.
Y caminó desde adentro
hacia afuera,
con elegancia.
Y nunca más la
volví a ver, ni a tocar.
Y yo me puse a
vender campanas.
¿Cómo dice, compadre Manrique?
Porque yo no
entiendo nada.
Aquí el
entendido es usted:
ubi sunt, etc.
Sé algo –es
cierto– de ese instante
cuando el
bebedor se vuelve,
tristemente, abstemio
sin gloria.
Sé algo de los
secretos
y los
borborigmos que medran
a varones
respetables
en reuniones
decorosas.
Sé que la
poesía
se nos va del
sistema,
escurre: sangre
vieja de decapitado.
Sé de aquellas
mujeres
que nos dijeron
palabras como
“todo” o “mar”:
hoy Tontas
Tediosas Gorgonas.
Sé que la
ciudad no es ya mi ciudad
sino la ciudad
de otros pálidos malditos.
Pobre de mí,
pobre de mí.
Yo no entiendo
nada.
Hágame el favor
de avivarme el seso,
compadre
Manrique.
Páginas para soportar la espera
Escribí
por eso del
mañana.
Escribí
para suavizar
los bordes.
Por la sal,
escribí.
Escribí
tibiamente.
Y para soportar
la espera.
Pero la espera
ha terminado.
Todas las pendejas metáforas
El poeta
persigue
metáforas,
que corren,
como pollos.
Cuando el poeta
cae, de una angina,
ellas lo
picotean, tiernamente.
Chiquita Banana
He vivido toda
mi vida en Chiquita Banana.
Mis heridas
echaron raíces, en este lugar.
Tiempos mejores,
que nunca vinieron.
Las esquinas de las cosas
Conforme vayas
envejeciendo
notarás –con
más y más frecuencia–
que las
esquinas de las cosas te están como viendo.
Cada vez que
tosas,
cada vez que
sientas un pequeño dolor en alguno
de tus órganos
en escombros,
tendrás la
definida sensación de que algo muy callado
te está levemente
escrutando.
Nunca a lo
largo de tu vida
te diste cuenta
de ello,
nunca cuando
bebías ginebra frente a hermosos abismos.
Pero ahora que
sientes el peso blanco de tus huesos,
te sientes
observado por mil ojos de pez.
Una presencia
te observa al final de la cama,
roja y
transparente, atestiguando tu polvo.
La clave
Otro día
entrarás al
breve recinto
del cajero automático,
y te darás (con
horror) cuenta
que olvidaste
tu clave,
que ese pequeño
dato,
esa sílaba
vital,
ya no forma
parte
de tu entramado
neurológico.
Vomitarás en el
acto.
Luego,
atribulado,
saldrás de
nuevo a la calle,
solo para
comprobar
que los
edificios se vinieron todos
abajo, que las
dimensiones
del tiempo y el
espacio
ya no son las
mismas,
que los seres
han dejado
de ser humanos
por completo.
El mundo,
inasible y polisémico,
dejará de tener
sentido,
y si acaso
alguien grita tu nombre,
será inútil,
pues ya no será tuyo.
Un corazón violento
Llegado el
momento,
me gustaría
poder decir
que tuve un
corazón violento,
que tuve una
vida amoratada.
Que no hubo un
solo día
en que mis alas
no necesitasen
sutura y
esparadrapo.
Que quebré
muchos espejos,
y con los
pedazos le quité los párpados
a los niños
para que vieran lo obvio.
Que puse veneno
en cada una de
mis largas lágrimas.
Y vino en mi
veneno.
Que me fui
caminando por la calle vacía,
y por la calle
en multitud.
Que bebí de los
aguaceros de la ciudad.
Que traje un
escorpión a la mano de mi esposa.
Y que en mis
valijas nunca hubo un hongo.
Que tuve
siempre un corazón violento.
Pero nada, nada
de eso es verdad.
El niño
El niño
balbucea,
bajo el enorme
ciprés.
Toca la tierra,
vivo.
Procura levantarse;
cae.
No sabe cómo
transcribir
los sonidos,
el aura de los zopilotes
volando,
la música de
los autos a lo lejos,
la maleza
intransferible.
Llora,
inesperadamente.
Sus hijos le
miran,
enternecidos.
El frío de los mástiles
¿Puedes verlo
ya, el frío de los mástiles?
¿Puedes sentir
el ojo pulido
que te conoce
por dentro?
¿Pues intuir
esa paciencia primera
que siempre te
estuvo esperando?
Las lenguas
muertas, en la entrada de tu casa,
son un signo
irrevocable.
Hay puñados de
alambre en la boca de los niños.
Un sordomudo ha
entrado por la ventana.
Despídete de
tus amigos, de tus hijos,
apúrate: se
precisa caminar.
Sobre todo no
te escondas detrás de la pantalla del televisor.
El ángel dorado
te ha visto; viene a darte sufrimiento.
Ponte de
rodillas si quieres, pero es tan innecesario.
A veces, lo
mejor es simplemente esperar.
Los poetas
Los poetas
–y las
referencias bibliográficas que los honraban–
ahora son espacios
en blanco,
sus poemas han
sido
apedreados por
los niños de la maceración,
los poetas
cuelgan ahorcados de las ramas
de un bonsái
metido en el
clóset del cuarto de invitados,
los poetas van
sin cáliz por las calles,
espantados por
más nuevos poetas,
más locos,
más tiernos,
miran en los
escaparates
objetos inefables,
los poetas,
como iguanas en las grietas,
los poetas, que
alguien visita y se arrepiente,
los poetas, sin
huellas dactilares,
palpando las
paredes del iglú,
los poetas,
migas,
y un zanate
comiendo.
Una enorme pila de pequeños brazos
Yo también la vi, mi estimado Kurtz.
Yo quise el espacio y el cielo.
¡El cielo puro virgen de pájaros!
Pero en lugar de eso presencié
una enorme pila de pequeños brazos
(pero, ¿eran de hecho brazos?),
un engrudo de uñas,
pelo viejo amarrado a las larvas,
y el árbol de donde cuelgan los nervios
de los ojos de los enucleados,
y una falange de Cristos sin lengua,
en el camino seco, nunca un río.
Martes por la noche
La madre
[la madre nódulo,
la madre linfoma]
ha muerto,
hoy, ayer,
quizá anteayer.
La madre
pura, sin parafina,
viendo tiesa
el techo,
como si alguien
hubiese hecho un tag,
un stencil,
allá arriba.
Es tonto:
¿quién me invitará a comer,
el martes por la noche?
Chucho de la calle
Traigo la vejez
de las tiendas del centro de la ciudad,
allí donde los
estudiantes abren fuego
contra las blandas
estatuas.
Traigo la
miseria carabela de los tiempos detenidos,
traigo los
poemas olvidados.
Poco a poco,
muerto a muerto,
he cruzado
paredes de licor para tocar
eso cubierto de
polvo.
Las bancas
pulidas dejaron de existir, mientras miraba.
Si no tengo una
mano, es porque se la di a un aborigen.
Son cristal
oscuro las palabras que se fueron con la lluvia.
Molares
Padre,
yo tenía las
llaves de tus ojos,
pero preferí
que te quedaras ciego.
No tengo el
prestigio
de haberte
visto morir.
Me han dado tus
dientes
en una caja
elegante.
Me los probé
todos.
Ninguno me
entra.
Los zanates de plástico
No quiero sonar
como un anciano,
pero hoy en día
los zanates son todos de plástico,
y las aspas del
ventilador tan diminutas
que ya ni
provocan aire, o quitan la asfixia.
Hundo la mano
en la tierra en búsqueda de una raíz,
y solo
encuentro una moneda.
Amigos, los
viejos vinos son piezas de museo.
Los clavos son
objetos ininteligibles
para los niños
ahora con alas.
No hay campos
eriales, y los edificios,
en esta hora
harapienta, son de sueño y nada más.
Molares (II)
Padre:
ya nadie se
acuerda,
pero usted era
un verdadero mierda.
Usted
degollaba
gallos
en Acapulco,
cuando íbamos
de vacaciones.
Ahora está
muerto,
o lo estará
pronto.
Lo que me
preocupa
es que ya no
tendré
a nadie a quien
echarle la culpa,
por ser igual a
usted.
Los collares olvidados
Tuve la vida:
la olvidé.
Los collares
fueron
secuestrados
por ángeles,
para ser
llevados a un nuevo pan.
Lenta, la
omisión
va llenando las
rendijas,
lúcida: sin
fin.
Si fui genio
alguna vez,
de ello no ha
quedado
sino la tenaz
ceniza,
y el
sentimiento
de que la gente
se me queda
viendo un poco raro
en la calle.
Molares (III)
Un día llegaré
a su tumba,
o su tumba
llegará a mí,
da igual.
Cuando uno no
visita
las tumbas,
las tumbas lo
visitan a uno.
Toman
vuelos
transatlánticos,
se quitan los
zapatos
en los
aeropuertos,
ponen llaves,
joyas, relojes,
monedas,
carteras,
bolígrafos,
en la cajita
sobre la cinta
transportadora
de rayos x,
y tienen
sentimientos
y esternón.
Toman un taxi.
Tocan el
timbre.
El ojo en el espejo
Ya no miras,
pero el ojo en
el espejo
te mira
siempre.
Por estar
jugando,
no te diste cuenta
cómo ya se
había abierto,
en la noche
misteriosa.
Estabas
demasiado ocupado
lavándote los
dientes de oro,
cocinando
humanas lenguas
para
extravagantes magnates,
rompiendo
platos de jade
en fiestas
fantásticas,
desollando
carneros rojos,
cortando trajes
de gala
hasta la
madrugada,
o manoseando
los pechos de sal
de tus cien
esclavas.
Pues bien:
te sigue
viendo.
Tú ya no miras
nada,
pero él te
sigue viendo.
Molares (IV)
como esas
mujeres
que se
despiertan
en ciertas mañanas
y comprueban
aterradas
que tienen
un bulto
fáctico
en el seno
palpado
algún día
sentiré
horrorizado
que extraño a
mi padre
será una
diminuta nostalgia
como una
ampolla
venida de
ningún lado
un dedo súbito
sobre la mesa
cortado
limpiamente
advendrá el
arrepentimiento
de no haberlo
llamado por teléfono
de no haberle
comprado a veces trigo
aquellos a
quienes odiamos
prolijamente en
vida
volverán
y estamos
condenados
a perdonarlos
Un perfecto serote
Serás un
serote.
Te mirarán
todos con la ira
de quien pide
muerte
y justicia.
Todos (ay, uno
y el resto)
extenderán los
brazos
para recoger
las piedras
(si tan solo la
primera
fuese la
definitiva),
piedras que
romperán
tus dos
cabezas,
tus dos
costillas,
tus dos
corazones inútiles.
O simplemente
se quedarán en
silencio,
y entre el
silencio y tu silencio
y el silencio
de las cosas,
se formará una
joya
de vergüenza.
Serás un
serote.
Alentarás el
odio de los hombres.
Una joya de
vergüenza.
Martes por la noche (II)
Vendrá la
tristeza,
tan hija del
tiempo.
Preguntará sus
cosas.
¿Por qué
pusiste sangre sucia en el pan?
¿Por qué
cercenaste las delicadas membranas
en el interior
de la vasija de tu madre?
Ella recorrió
con su lengua devota
la pequeña
estructura de tu rostro,
regaló un seno
para alimentar
a los lobos
rapaces de tu noche.
Siempre supo
que eras un charlatán,
un maldito
arrogante,
y veía cómo la
tratabas
como algo
inferior,
pero de tu
desdén infinito nunca dijo nada.
Te escuchaba
hablar de lo que no sabías.
Sesenta mil mujerzuelas
¿Qué harás
cuando seas viejo,
y tengas la
nostalgia
de las sesenta
mil mujerzuelas?
¿Cuándo te des
cuenta
que no cogiste
lo suficiente?
Quede tu mente
en blanco.
El cáncer de Claudia
Y la pregunta
es:
¿quién cuidará
de mi cáncer,
cuando a ella misma
le de cáncer?
Si se da eso de
que una nave espacial
le caiga por
accidente,
¿quién me va a
hacer el almuerzo?
Una pregunta capital.
Lo feo es saber
que ella
tiene también
ese característica repugnante,
ese defecto de
carácter, que es morirse.
Todos sus
gestos,
como los míos,
están hechos
viscosamente de acaso.
Se lo voy ir a
comentar.
Si quiere
seguir conmigo,
deberá hacer
algo al respecto, pienso yo.
Fractales
De un ovario
transparente
surgieron los
oleajes, las cosas contiguas:
lo tan distinto.
La vida es una
sien golpeada
por la espuma
del dolor,
una lluvia de
labios en morado.
¿Quién no ha
visto los fractales,
bellos,
crueles, descoyuntando la esperanza?
¿Quién no ha
sido el niño hundido en la arena,
quién no el
persistente erosionado?
Este sabor de
sangre
no es otra cosa
que la ausencia final
de cualquier
elevación.
Ahora y ayer,
has visto a tu hermano,
levitando,
rascarse, otra vez rascarse.
Has nacido en
el mundo de la leche.
Tú no puedes no
beber el vino de las cosas.
No puedes no
consumir este instante
que te encuadra
y te define.
Ahora y mañana,
la lluvia multiplica
los charcos, en
la calle, oxidándose.
Ya no podrás postrarte
Llegará ese día
cuando ya no
podrás postrarte,
ya no podrás
usar tus alas para espantar
las cucarachas,
ya no podrás
mostrarle
un poco de puto
respeto a la vida,
ni cargar la
caja de muerto
de tus amigos
ya idos,
no podrás hacer
castillos
de cristal, ni
de naipes,
por ese temblor
loco en tus manos,
y porque
estarás en ese preciso
momento
rompiéndote
la cadera, por
segunda vez.
Mi libro de polvo
Hijos míos,
he decidido
heredarles mi posesión
más valiosa: mi
libro de polvo.
Mi obra de alas
de polilla, pues.
Allí
descubrirán los secretos
de no saber
nada, entre espinas.
Aprenderán a
aburrirse
viendo largos
huesos hechos de espejo.
Se convertirán
expertos
en los procesos
de la carne.
Cuídenlo bien;
malgasten su vida.
Ahora ella
Ahora ella ya
no es:
relámpago,
danza, sal, sed.
Ya no es.
Es la infinita
y es la muerta.
La durísima
transparencia.
La forma lenta
de yo extrañarla.
Los Amos Jóvenes
los pájaros
vendrán a reclamar
tus ojos
blancos
gorgojos
salvajes
borrarán tus
dientes
un octaedro
oxidado
brotará en tu
mejilla
pequeñas larvas
en tus labios
evitarás la luz
de los postes rojos
evitarás los
márgenes del espejo
comerás lenguas
negras
lejos siempre
de la mirada de
los Amos Jóvenes
Silencio y distancia del señor Cavafis
¿Por qué ya no
me ve Vd.
como solía
hacerlo,
señor Cavafis?
¿Por qué ya no
bebe de mi botella
con dedo y
anillo?
Si antes le
parecía tan divertido, tan divertido.
El mar nuestro
nos daba
lagartijas de
sal lentísima.
Los sujetos en
los bares
nos miraban con
envidia.
Instalaba usted
un poema
en el jarrón de
las propinas.
Su risa era
locura,
pánico de
perderme.
Su risa era
angustia,
no me dejes
nunca solo.
A la sombra de
los edificios,
hacíamos el
amor, con pericia y técnica.
Pero ahora se
retira Vd.
de esta lluvia,
sin voltear.
¿Por qué ya no
me ve Vd.
como solía
hacerlo, señor Cavafis?
Querido imbécil Dios
Ya estoy más
que harto
de vivir como
mono
en esta ramazón
dendrítica,
con un miedo
maldito a que alguien
venga a
prenderle fuego al universo.
Ya estoy
cansado
de que las
ciudades blancas
vengan y
devoren a mis blancos hijos
desnudos.
Soy una
criatura razonable,
pero a estas
alturas
estoy poniendo
seriamente
en duda su
habilidad divina
de administrar
el mundo fenoménico,
con sus océanos
de arrugas,
sus ganglios
cancerados,
sus lluvias
atómicas,
sus tanques
bicéfalos.
Los hombres y
las mujeres estamos cansados.
Los hombres y
las mujeres y los animales
y las joyas
estamos cansados.
El trigo está más
que cansado.
Un hombre a la mitad cortado
Un hombre a la
mitad cortado
cae extenuado
al pie de la campana.
Recuerda cuando
entraba
a la cantina y
le miraban
con temor y
suficiente respeto.
Las mujeres le
rendían
todas esas
clámides en la noche.
Pueblos y
bestias dormían a sus pies.
Ahora comprende
horrorizado
que el pecado o
la virtud no interesan al Vacío.
Y algo ya le
está subiendo por la mano.
Atar y desatar
Uno ha atado y
desatado,
uno ha
establecido cosas
fisiológicas y
celestes,
corporales y
numinosas.
Fue, acaso, la
sola manera
de conseguir
que la mazorca
estuviese
siempre presente,
que las músicas
funcionasen.
Perdón sin
falta por los frankesteins,
por las
aberraciones kármicas,
pero resulta
que aquí abajo nos estábamos
muriendo de
hambre, de soledad,
de frío, y
nadie nos enseñó a hacer
las cosas correctamente.
Perder la vista
Perdiste la
vista,
y la perderé
yo.
El canto del
temblar
ya te está
acosando.
¡Tú, que
desnudaste
cincuenta vírgenes
y les prendiste
fuego
con aquella tea
gloriosa!
Que viajaste a
riberas
orientales, en
medio
de plagas
malditas.
Así vomitas,
sin poder ya moverte.
Pides un
yunque,
pero es tarde
para tales
extravagancias:
tus copas
agrietadas
están a medio
enterrar.
Mejor duerme,
hermano,
y no te
preocupes por mí,
que yo también
me estoy
quedando medio dormido.
Cabecitas de algodón
Un millón de
ancianos
arrastrándose
en los caminos,
con sus viejas
fotografías,
sus cilicios,
sus sueños
rotos,
sus nuncamáses,
sus pájaros
disecados,
sus raíces en
acumulación,
sus tumores
neoplásicos,
sus almendras
obscuras,
sus lenguas
resecas,
viejos, viejos,
en llamas,
sobre todo tan
viejos…
Papapaco se está muriendo
Agoniza en una
cama,
más o menos amarilla.
Y su loro
también.
La verdadera enfermedad
La verdadera
enfermedad
es el miedo a
enfermarse,
el miedo a ver
las pedrerías
desgastarse por
el fuego
pálido y ajeno
del tiempo.
Los leones nunca
enferman,
aún cuando
están siendo
devorados por
la Rata.
El ángel sin no
El ángel sin no
ya viene a
recolectarte.
Como algo
descalzo
se desplaza en
su noche.
Es uno solo,
pero es, de
pronto,
setenta mil.
No sabe decir
no,
no sabe dudar,
viene a
recogerte,
a envolverte,
en espejos de miel.
No es bueno,
santo, puro.
Es el ángel sin
no, ojo
en la noche,
lucidez
sin substancia,
oh, claridad.
No tiene
sentido suplicarle,
porque no puede
negarse a sí
mismo,
y su misión
irrevocable
es robar tu
última mirada.
Nadie te lee
Cuando eres un
anciano
nadie te lee.
Nadie opta por
saber
algo de la
técnica
que usas para
filtrar
luz en las
frases.
Poemas con
cuáles
desafiaste el
cáncer.
A esos poemas
diste tu
sangre.
A esos poemas,
en las calles
desoladas.
Poemas de
guerra,
ya sin ninguno.
Cinco mil versos de luz triste
“And it´s Time Time Time”
Tom Waits
Locos, lentos
de serlo,
solo por
brillar así
nos abríamos la
piel
con cualquier
cuchillo.
Fuera mejor
vomitar
mil veces hasta
el amanecer
que decirle
adiós
a los cinco mil
versos de luz
triste que
inventamos los dos
bailando al
sonido de las rocolas.
¿En dónde
quedaron
aquellas noches
por cuyos agujeros
pasaba la miel
oh tan dulce?
¿Por qué te
prendiste fuego,
si ya todas las
guerras eran de los otros?
Gerascofobia
Del costado
lo blanco.
Orina
en las sábanas.
Hueso
las laptops.
Personajes ejemplares
Conocí a todos
esos personajes ejemplares,
y ahora ya no
puedo ni recordar sus nombres.
Genios,
extravagantes, imprescindibles,
hombres y
mujeres del mar.
Avatares,
infinitos, santos y locos, llamas.
A ninguno veo.
Sus palabras quedaron sin sitio.
Fue inútil
gastar tanta energía en leer tantos libros,
y coleccionar
todas esas experiencias,
beber la leche
lloviznada de los edenes,
y salir al
encuentro de tantos personajes ejemplares.
Ya nada queda,
sino la nada que sostiene
los desiertos y
los bares.
Me salieron cuchillitos en las uñas
Me salieron
cuchillitos en las uñas.
Te engañas si
piensas que no te odio,
que busco la paz
de las migas y palomas.
Mi
animadversión hacia las cosas
de este mundo
es inextinguible.
La única razón
por la cual ya no uso
el martillo
contra el martillo,
es porque el
pan me está atacando.
No; no me
ayudes; me arrastraré
por mi cuenta,
muchas gracias.
Mírame bien,
mírame. En lo que soy
te convertirás.
En recordártelo obtengo
un último
placer. Me salieron cuchillitos
en las uñas
porque en el fondo
sé que no me he
ganado cada una
de estas
miserables arrugas,
que este rostro
no es mío, sino del tiempo.
Perder a Claudia
No quiero dar
esta espiga
–en la noche,
tan pequeña–
a la carne
negrísima.
No quiero que
se quiebre,
contra el mal vidrio.
No soporto la
idea
de que no
vuelva a abrazarme,
mientras muere.
La iluminación era un mito
Un puto mito.
Medité durante
treinta mil horas,
exactamente.
Y lo único que
ocurrió
fue que
desperté.
Ocote
Denme el ocote,
hijos de puta.
Déjenme salir.
Maíz negro
Duermo sobre
costales de maíz negro.
Duermo sobre
bestias macheteadas.
Sobre cuerpos
de granizo, yo duermo.
A gritos tu nombre
Dios creó la sangre
dotándola de voluntad:
ahora la sangre pide
a gritos tu nombre.
Una cosa me
retiene,
y es tu nombre.
Eres tú a
fuerza
de yo
nombrarte,
y si
desaparezco
desaparece tu
signo,
y por tanto tu
fuerza,
tu razón de residir.
No puedo
culminar,
no puedo
entregarme al estío,
porque el
azúcar de tu nombre
me intercepta,
me obstaculiza.
Tal es mi
destino.
Soy el guardián
de tu nombre,
ahora que ya no
vives.
Si me voy,
nadie sabrá
decirlo y pronunciarlo,
como Dios
manda.
Blanca persistencia de la sangre
La sangre es lo
último que se va.
La sangre tiene
espíritu minero.
Busca peces, en
la sangre.
La sangre nunca
regresa,
siempre a todos
nos da la espalda.
La sangre espera
en el zaguán.
Si tan solo
pudiéramos decirle
a la sangre no
más, y que muera.
Pero la sangre
solo sabe seguir.
Esta blanca
persistencia de la sangre
me mantiene
atado a estos aparatos,
a esta lluvia
pequeña, de gota a gota.
Es la sangre
quien tiene, siempre,
la última, la
más blanca palabra.
Tortilla tiesa
Lo duro,
que entristece.
Un espejo,
tirado,
en el cuarto.
Le he dicho a
los caracoles
que partan.
Los edificios
sueltan sus
últimos pájaros.