{Encierro y divagación en tres espacios y un anexo} (2001)
























Urbe























Mi sangre se detuvo



I

Antes caminaba mucho, horas, mundos,
pero no formaba parte nunca de mi contexto,
no podía sentir lo que me rodeaba.

Hoy, en cambio, soy el huésped más perfecto,
camino en medio de esta catástrofe de rumores,
y puedo entender al fin esta vieja y vasta iglesia

de llantos amarillos, 
de moscas amarillas, 

y negros niños y alfileres. 

Antes, sí, la cosa era distinta,
pues todo lo llenaba yo con mi curiosidad,
con mi recorrido como un pedazo de muerte,
brillante y total. Antes me sobreponía a las cosas.

Era egoísta con ellas.


II

Hoy:

he aprendido
la lección, 

he abierto los ojos. 


III

Profundizo en la biología de lo irreparable.


IV

Tremenda discrepancia
entre el asfalto crispado
y la nitidez del neón.

A lo mejor
es tarde

y mi sangre
se detuvo.

La espuma corroe.

La espuma es mar
de hormigas muertas.

La espuma es buena
solo en apariencia.


























Yo soy eso que se suicida en las esquinas



Yo soy eso
que se suicida
en las esquinas.

Yo soy eso que se corta
con las orillas de su tiempo,

con el grito de las miradas
y con las incesantes escaleras.

Aquí, algo se parece al silencio.

Aquí, en esta ciudad hecha
de dientes mudos y roídos,

no resulta difícil discernir
otra provincia de la llamada noche,

ni el minuto de la fábula
que ya nadie recuerda del todo,

que ya los niños envidian.

¿Qué es lo que esconde
la sangre que se ha secado

y no dice nada y está quieta?

Eso que camina con mirada dormida,
eso que se suicida en las esquinas soy yo,
o algo parecido a mí: mi fiebre.

Sin ruido, pura de silencio,
una sombra se mira y se gasta.








Esperan, hacen turnos



Esperan,
hacen turnos,

las criaturas.

Se excusan 
y no saben 

por qué. 

Promueven sonrisas 
frías, mientras silban

canciones
de décadas 

irreconocibles.   




















Un perro

A SP

Un perro:

del vientre directo,
un perro prohibido,

un perro de lenta angustia
sin palabras ladrando,

un perro de miedo,
un miedo a la hierba,

miedo a los libros, a las fechas,

a la tinta, al pan, al sexo,

al día, tan desnudo,

un miedo siempre
en la calle orinando.

Perro es el perro que guía,
por el camino de pájaros rotos,

al duelo más puro,

a los pies de esa muda campana.

Muda campana llamada ciudad,

hoy sin música,
la ciudad,

hoy de párpado,
la ciudad,

hoy en su propia esquina
pidiendo limosna,

la ciudad.

Corren los niños, no saben a dónde,

traspasan los cincuenta muros,
mientras se arrancan el pelo,

espuma negra les nace de la boca.

Y miran al perro, con ojos tan lívidos,
y el perro tan triste los mira de vuelta.

(Hemos llegado ya tarde, y lo negro
es una ráfaga de dientes en el frío.)





































Apropiaciones de la urbe (I)



Las campanas algo saben,

sin embargo algo las mantiene
calladas, nocturnas,

como tremendas
frutas extorsionadas.

Es cuando me acerco a los mercados,

siento el humo y la avidez,

y es todo tan hermoso:

las luces en las azoteas:

los cigarros que se hacen
grandes y pequeños:

los niños obesos que,

llenos de tos,

se rompen.

Tengo algo en la mano,
algo frío y caliente.

La urbe se ha ensuciado
con mi fascinación, quizá.

A lo mejor gastada
por mi fascinación

ha dejado de hablarme.

A lo mejor me habla.


















Apropiaciones de la urbe (II)



ciego en vos, ciudad, 
camino hasta tus orillas 

vomitadas








































Nil admirari



Cercenar otra vez las ubres
de esta capital asquerosa,

y sentarse a reír
hasta que caigan

los dientes.


























































Cuarto






















Aquí estás


Aquí estás:

como una conjuración,
aquí como una sangre absorta,

con eso en la mano,
con un corazón verde

o negro talvez,

con algo que te hace débil

y te destruye

como una confidencia,
o un lento licor final.

Aquí estás como una cicatriz, aquí,
con algo de desterrado, de dividido,

con una cicatriz que cae al suelo,
se quiebra en mil heridas inéditas.

En esta habitación te escucho,
te veo no verte, aquí te extraño,

y debajo de la orilla,

de esta orilla que nos separa,

te espero y te he esperado
como lo haría un niño sin rostro,

y soy y habito esa fractura

que ni siquiera es tuya,
que se pudre después,

en otra sorda residencia
y en otro destierro.

Pero los musgos se cansan.
















Los héroes cansados



Los héroes cansados
se han cansado

de ser héroes.

Vomitamos
como en las películas

de junkies.

Pavese termina
la última línea

de su diario.




























Al menos



Al menos tengo
este cuarto:

y puedo jugar
con mis dientes

un rato más.



































A veces



A veces me asomo
a la ventana y veo

a los pobres arder.






































Cabellos lentos



Cabellos lentos
vienen

de cuartos

lejanos.




































Deja encendida la luz



Deja encendida la luz, quiero mirarte.

Quiero no estar seguro de mis cegueras:

que ardan las esquinas
de esta cama constante.

Porque demasiado sabemos de las cosas tristes
y de las cosas mudas, y demasiado

de los ojos, los apenas-ojos
de los cadáveres

rosados.

Prefiero dejar la luz encendida.

Oigamos el rumor de la ventana.

























Esa saliva que viene del fondo de ti



Nos advierten las cosas
y nos descubren

y son tibias

las cosas.

Y soñamos con lo mudo,
y lo inquietante somos nosotros.

Algas, ontologías, esa saliva
que viene del fondo de ti,

ese licor que resiste desde tu invierno,
desde lo callado, todo me reúne

y se asombra.

Somos los tremendos
pequeños seres del mundo,

que juegan en el fondo
de cierta herida

mutua y negra

como fiebre
obscurecida.

Somos la poesía,
y como nosotros

demoler

los párpados
de lo gris

nadie sabe.




Homúnculo



Un hombre es siempre otro hombre.
Una mujer es siempre otra mujer.

Y los cuatro se combinan
de un modo venático,

imprevisible.

Es un juego triste y cansado,
y a veces hermoso y alegre,

y a veces confuso.

Sabemos a ciencia cierta
que uno de ellos está

ahora mismo
en un cuarto

gris.

De él nace una criatura
convulsiva, fría,

irremisible

(muchas han nacido antes)

y ahora ya somos cinco.













Boston

A YH

Gritos negros, gritan juntos.

Ya no sirven, ni bastan,
los juegos de siempre:

hojalatas, musgos,
orejas cosidas
y cortadas

de nuevo.

Boston de hormigas,
de mieles rojas y negras,

Boston y yo en Boston, sola.

Tosen los muros: ¿es que nadie los escucha?

(Y lejos, la Madre.

Y bien sabemos que lejos espera la Madre.

Y bien lo sabemos.)

Cuántas albas al suelo,
al vientre amarradas, como perras finales.

Una blanda verdad,
una verdad ya sin sitio, susurra apenas.

Ya entiendo: es aquí en donde nacen
los dientes obscuros, las puertas asesinadas.

He llegado a mi primera condena.































Bar






















Bar (I)



Lo vago, lo anónimo, lo equívoco.

Algo falta: una información, un dato,
la certeza de que las paredes existen.

Este rumor de estatuas es lo que duele
y lo que duele es el polvo,

lo que duele es esa catástrofe de sillas
que están muriendo en el fondo, atrás.

¿Hay alguien allí, entre los filamentos?

No.

Apenas otra luz inaudible,
otra forma de no conciliar,
otro acróbata sin cenicero,
otra sabiduría rota que envidia

lo rosado de algo.

Rodeado de una pálida respiración,
en el centro de las multiplicaciones,

en el fondo entero de la noche,
un pedazo de alcohol me mantiene

en vilo. 

Gestos, intenciones exageradas
se reproducen hasta alcanzar
un número blanco y vago.

El humo muere y renace
entre conjuraciones obvias. 

Nada se derrocha correctamente,
una ciudad se quema sin dirección
en este vaso, mientras un recuerdo
avanza con eso de mano ahogada,
de puño, de vientre envenenado,
hacia su espacio definitivo.

Necesito 

extraer del vidrio
una droga más profunda.










































Ese pesar estúpido es la luna escupiendo hongos en la urbe

A MM

Otra noche más:

otra estructura de venas machacadas,
otro recinto propicio de mutilaciones.

Has visto ese diente amarillo

que hace a los hombres
y endurece a los perros.

Ya nunca vinieron las justas niñas,
las elegías, las vindicaciones. 

Quedaron las burlas, las condenas.

Quedó la bruja–ganglio 
como una larga idolatría.

Viudo perfecto, verídicamente cortado, 
has de saber que esa angustia,

ese pesar estúpido no es más 
que la luna

escupiendo hongos  
en la urbe. 

Al igual que tú, 
otros  

soportan bares y calumnias,
mientras inhalan largas larvas  

de miedo 
y de leche.

Haz como ellos, entiende 

que los padres ausentes no llegarán
a sacudir el árbol glandular 

del tedio.

Y alza tu tierno
vaso 

epiléptico

–aún
si no hay

nadie. 









Bar (II)



Es esa frontera, eso insalvable
en los pliegues,
en las cavernas,
en los sitios extenuados
de la sola nostalgia.
Hoy es la cansada carne y su fisura,
la proporción hechizada de la noche,
la abundancia negra de mis dientes.
Cansado de robarle las uñas a la nada,
veo las manzanas rotas,
veo lo blanco y lo negro,
veo quieto otro minuto amarillo.
Ya lo demás es una gaseosa
de significantes,
una imprecisión
que se derrumba antes,
a la hora tremenda del hielo.
Yo, penumbra pobre,
aliento de sinuosidades,
compruebo el gemido,
el veneno estruendoso
de mi dicha de vidrio.
Caballos rojos golpean
el cuerpo del bar,
la substancia quizá de este delirio.
Hoy un perro negro me aguarda
a la salida del suelo,
y los recipientes de luna
ya vienen heridos, ya lastimadas
las conchas negras de alcohol aproximado.
Compruebo mi bautizado dolor
de pies innumerables.
No quiero excavar más
en el fango de esa foto,
en la encía de los meseros pornográficos,
en otro bigote de baladas vomitadas.
Me gustaría mostrar mi piedra,
hoy parda piedra aprisionada
en la clara garganta del vaso.
Pero esta luz inaudible
de besos pisoteados
obscurece el sentido de esta noche,
su definición verdadera,
mientras sin duda alguien tose,
atrás tose otro estremecido,
y otro niño lento escoge su muerte.










































Los insectos

A JE

A veces, en estos lugares,
se me ocurre pensar

en todos las noches
que pudieron ser días.

A veces me dan ganas
de tomar el teléfono

                        y llamar.

Pero hoy tampoco
llegaré al teléfono.

Otra vez, me quedaré
viendo los insectos

atrapados en el hielo.
























Bar (III)



musgo negro
ojos sucios
otro entra

los hombres y sus arañas
imprecisas

los hombres
y sus alas impotentes

cantan
            ya

los suprimidos

poetas del polvo
urgente

(mucosas)
(129 lbs)






















Bar (IV)



miel mala

ya no me divierto más

aquí
así

qué mundo de anillos
desesperados en su circularidad

extraviados en sí mismos

mujeres gordas insultan

y sirven
lo usual
y sirven
            lo mismo
y sirven
de nuevo

voces que son todas

la substancia
el río fatigado

de otra crisis

(conozco la conducta de lo confinado
brillan mis aporías como escamas

vagos verdugos me inquietan

la noche)











Cuerpo



Compruebo apodíctico la evidencia
del hueso
atónito
Aquí soy, aquí entiendo el rasgo roto
el rostro perpetrado
la luz tardía, la tardía luz
de este templo
de deformadas deidades
tejidos y

Escupir dedos

catalepsia

Pálidos se muestran los bordes
líquidos: es el
panteísmo de algún licor,
la substancia
sola
de la embriaguez
           
            desnuda.

llueve. Crispadas las uñas se pudren
en los bares necesarios.








































Anexo






















Pequeño monólogo del demiurgo



Podría inventar una música
de orquídeas de fuego;  

crear un paisaje eterno
hecho de máscaras;

manifestar un universo
de huevos parlantes.

Pero me aburro en mi tienda 
de cosas de vidrio.

Me aburro entre las formas.






















Lecciones de aborto



I

Corren entre flores de hambre,
corren como si nada,

corren hacia
lo póstumo.

Vidas menudas
que recortan

lo probable

(en la obesidad del mundo
caben todas las aberraciones)

y crecen y muerden lo muros
con dientes aún inexactos.

Somos capaces de colosales humedades,
somos la más grande fábrica de insectos,
nuestra longanimidad es ejemplar.


II

Adentro.

La organización engendra organización:
la sangre dibuja espontáneamente su destino.

Contra la distensión de la materia,
el hombre ensordecido crece.

No hay que engañarse
por su aparente fragilidad:

eso grotescto, eso nimio, eso yerto y calculador,
esa náusea súbita en la oficina es un alma.

Quizás un gran alma.


III

A cabezazos avanzan los gremios de la especie,
los manidos hombres, los amos
de la serosidad reproductiva.

Ya vienen, ya están aquí:

habrá que darles tornillos,
para que jueguen en la arena.  



































No olvidaremos los muertos



De las tumbas, sin duda, seguirán saliendo 
brazos y piernas, huesos y cráneos inversos, 
colocados al revés por una misma relación necesaria

–por un idéntico dolor desvelado.

No olvidaremos los muertos.

Siempre se desplazarán los musgos luminosos 
hacia la precisa ubicación, hacia el sitio correcto            
en donde residen las coincidencias dolorosas.

¿Cómo olvidarlos? 

Si el suelo sigiloso intenta esconder un cuerpo 
estallarán los pájaros en el aire. 

Si la tremenda ola no trae peces, sino cadáveres,      
moriremos de hambre, de disentería.

No, nunca olvidaremos los muertos: 

estos estarán perpetuamente caminando       
delante de nosotros, estrictos, 

y sabrán cómo llorar al vernos.




























Poema atrofiado



Zumbido

electrónico
y grandioso:

el niño atrofiado
está envuelto

en millones
de insectos.

¿Por dónde han entrado
los insectos, de repente?

Y sin embargo,
todas las ventanas

están cerradas.

Quizán han entrado
por alguna fisura
de su infancia.


* * *

El niño atrofiado encuentra 
en algún recodo de la memoria,

un bisturí o una pistola.

Es todo tan hermoso, se dice,
es todo tan hermoso.

* * *

La fiesta es grande.

Las infantas ríen.

Los poetas hablan de poetas

Los enanos, ellos son los más estrepitosos. 

* * *

Quizá debió:

conservar aquella forma de ver el mundo,
ese modo marcar las dimensiones,
prohibir que se junten.

Pero su prisa temprana,
por sufrir y morder.

* * *

Qué terrible forma de no ser niño,
piensa el niño atrofiado.

Ser niño.

Comer panqueques.

Daría lo que fuera
por comer unos panqueques.

* * *

El niño atrofiado,
en un momento blanco,
en un momento de rabia blanca,

destruye el rostro
de uno de los poetas,
quiero mis panqueques.

* * *

Los recuerdos ya se han acomodado
extrañamente en este instante,
masa de precepciones gritantes,
relámpagos caníbales de consciencia,
reminiscencias sangrando por doquier:
           
la bicicleta,

el café con leche,

            las gradas inefables,

las alucinaciones,

            el Mío Cid,

la arena, la desesperación,

            y en el clóset: dos niños,

las tanquetas en la calle, Ríos Montt,
           
            los viajes de fin de año,

las mariposas,

            la pelota de fútbol,

Raiders of the lost ark,

            la primera computadora,

el miedo en noches satánicas,

            las revistas porno,

los adultos hablando,

            el tae kwon do,

Disney,

los tejados,

la mujer con cáncer,

el disco de Alan Parsons,

la enciclopedia sexual,

Hitchcock,

y mis Preguntas,

y los Fantasmas,

la abuelita Julia,

la pizza, los domingos,

la soledad,

las primas…


* * *


La infancia,
esa teodicea,
esa usurpación:
estoy triste.

* * *

El niño atrofiado
está muy tranquilo,
se ha quedado quieto,
solo tiene un poco de frío

en la espalda.

El poeta 
yace en el suelo,

desfigurado.

Un círculo se ha formado
alrededor del niño atrofiado.

Pronto le saltan encima.

Lo patean.

Lo están matando.

El niño atrofiado escupe dientes,
siente la verdad de la sangre 
en la boca, y desde luego ríe,
tiene tremendas ganas de reír,
cuánto ríe, y entre más ríe
más lo detestan, más lo golpean,
unanimidad de golpes,
democracia dolorosa,
homo homini lupus,
y no obstante el niño atrofiado,
el rapsoda de lo obscuro,
el grandísimo acusado,
también está en otro lado,
el sitio de su angustia
se encuentra en otro sitio,
mamá, puedo sentir su olor casi,
jugábamos, yo era un avión,
yo era un avión, yo era un avión,
y las mañanas, los panqueques,
los dientes, insubstancial.
































El hombre

A MP

Hunde
la mano

en un sol
de pastillas.

Usa sus dientes
como dados eternos.

Toca las larvas. 

Se encoge.





























Sobrepeso



pájaros gordos

gordos de tanto comer

hombres gordos

rellenos de gordos

gusanos



































Aviones, buques y portaaviones



Qué fácil de veras
es sentarse 

al lado
de la ventana

y ver

a los otros 

arreglar el mundo
a tiros.

Qué sencillo es conservar
ante los hechos
una mirada

vacía y circunspecta. 

Verlo todo como se mira
un recuerdo intrascendente,

un espejo o un número.

Aviones, buques y portaaviones
cruzan el espacio

que hay enfrente,
formando un teatro complicado.

Y qué satisfactorio es comprobar
que se hizo bien en no salir,

porque el afuera
ya no existe.










Los niños



Niños gaseosos
buscándose las vértebras

con manos de vidrio. 

Manos de vidrio oscuro,
que se astillan en la nada.

Cuando oigo esa
guitarra tenue,
tierna y trágica,

yo me pregunto:

¿lo escucharán esto, los niños?


























Canción de cuna



El muñeco de trapo está sucio.

El muñeco de trapo ya no canta más.

El muñeco está sucio y es de trapo, 
y ya no canta nunca más.

Vamos a hacer la cama
del muñeco de trapo

porque está muy cansado
–muy cansado de fumar.  

El muñeco de trapo no se mueve.

Ya no quiere ni cantar.


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