Urbe
Mi sangre se
detuvo
I
Antes caminaba mucho, horas, mundos,
pero no formaba parte nunca de mi contexto,
no podía sentir lo que me rodeaba.
Hoy, en cambio, soy
el huésped más perfecto,
camino en medio de esta catástrofe de rumores,
y puedo entender al fin esta vieja y vasta iglesia
de llantos amarillos,
de moscas amarillas,
y negros niños y alfileres.
de moscas amarillas,
y negros niños y alfileres.
Antes, sí, la cosa era distinta,
pues todo
lo llenaba yo con mi curiosidad,
con mi
recorrido como un pedazo de muerte,
brillante y
total. Antes me sobreponía a las cosas.
Era egoísta con ellas.
II
Hoy:
he aprendido
la lección,
he abierto los ojos.
he aprendido
la lección,
he abierto los ojos.
III
Profundizo en la biología de lo irreparable.
IV
Tremenda discrepancia
entre el asfalto crispado
y la nitidez del neón.
A lo mejor
es tarde
y mi sangre
se detuvo.
La espuma
corroe.
La espuma
es mar
de hormigas
muertas.
La espuma
es buena
solo en
apariencia.
Yo soy eso que se suicida en las
esquinas
Yo soy eso
que se suicida
en las esquinas.
Yo soy eso
que se corta
con las
orillas de su tiempo,
con el grito de las miradas
y con las incesantes escaleras.
Aquí, algo
se parece al silencio.
Aquí, en
esta ciudad hecha
de dientes
mudos y roídos,
no resulta difícil
discernir
otra
provincia de la llamada noche,
ni el
minuto de la fábula
que ya
nadie recuerda del todo,
que ya
los niños envidian.
¿Qué es lo
que esconde
la sangre que
se ha secado
y no dice
nada y está quieta?
Eso que camina con mirada dormida,
eso que se
suicida en las esquinas soy yo,
o algo
parecido a mí: mi fiebre.
Sin ruido,
pura de silencio,
una sombra
se mira y se gasta.
Esperan, hacen turnos
Esperan,
hacen turnos,
las criaturas.
Se excusan
y no saben
por qué.
y no saben
por qué.
Promueven sonrisas
frías, mientras silban
canciones
de décadas
irreconocibles.
frías, mientras silban
canciones
de décadas
irreconocibles.
Un perro
A SP
Un perro:
del vientre directo,
un perro prohibido,
un perro de lenta angustia
sin palabras ladrando,
un perro de miedo,
un miedo a la hierba,
miedo a los libros, a las fechas,
a la tinta, al pan, al sexo,
al día, tan desnudo,
un miedo siempre
en la calle orinando.
Perro es el perro que guía,
por el camino de pájaros rotos,
al duelo más puro,
a los pies de esa muda campana.
Muda campana llamada ciudad,
hoy sin música,
la ciudad,
hoy de párpado,
la ciudad,
hoy en su propia esquina
pidiendo limosna,
pidiendo limosna,
la ciudad.
Corren los niños, no saben a dónde,
traspasan los cincuenta muros,
mientras se arrancan el pelo,
espuma negra les nace de la boca.
Y miran al perro, con ojos tan lívidos,
y el perro tan triste los mira de vuelta.
(Hemos llegado ya tarde, y lo negro
es una ráfaga de dientes en el frío.)
Apropiaciones
de la urbe (I)
Las campanas algo saben,
sin embargo algo las mantiene
calladas, nocturnas,
como tremendas
frutas extorsionadas.
Es cuando me acerco a los mercados,
siento el humo y la avidez,
y es todo tan hermoso:
las luces en las azoteas:
los cigarros que se hacen
grandes y pequeños:
los niños obesos que,
llenos de tos,
se rompen.
Tengo algo en la mano,
algo frío y caliente.
La urbe se ha ensuciado
con mi fascinación, quizá.
A lo mejor gastada
por mi fascinación
ha dejado de hablarme.
A lo mejor me habla.
Apropiaciones de la urbe (II)
ciego en vos,
ciudad,
camino hasta tus orillas
vomitadas
camino hasta tus orillas
vomitadas
Nil admirari
Cercenar otra vez las ubres
de esta capital asquerosa,
y sentarse a reír
hasta que caigan
los dientes.
Cuarto
Aquí estás
Aquí estás:
como una
conjuración,
aquí como
una sangre absorta,
con eso en
la mano,
con un
corazón verde
o negro
talvez,
con algo
que te hace débil
y te
destruye
como una
confidencia,
o un lento
licor final.
Aquí estás
como una cicatriz, aquí,
con algo de
desterrado, de dividido,
con una
cicatriz que cae al suelo,
se quiebra
en mil heridas inéditas.
En esta
habitación te escucho,
te veo no
verte, aquí te extraño,
y debajo de
la orilla,
de esta
orilla que nos separa,
te espero y
te he esperado
como lo
haría un niño sin rostro,
y soy y
habito esa fractura
que ni
siquiera es tuya,
que se
pudre después,
en otra
sorda residencia
y en otro
destierro.
Pero los
musgos se cansan.
Los héroes cansados
Los héroes cansados
se han cansado
de ser héroes.
Vomitamos
como en las películas
de junkies.
Pavese termina
la última línea
de su diario.
Al menos
Al menos tengo
este cuarto:
y puedo jugar
con mis dientes
un rato más.
A veces
A veces me asomo
a la ventana y veo
a los pobres arder.
Cabellos
lentos
Cabellos lentos
vienen
de cuartos
lejanos.
Deja
encendida la luz
Deja encendida la luz, quiero mirarte.
Quiero no
estar seguro de mis cegueras:
que ardan las esquinas
de esta cama constante.
Porque
demasiado sabemos de las cosas tristes
y de las
cosas mudas, y demasiado
de los ojos, los apenas-ojos
de los
cadáveres
rosados.
Prefiero dejar la luz encendida.
Oigamos el rumor de la ventana.
Esa saliva
que viene del fondo de ti
Nos advierten las cosas
y nos descubren
y son tibias
las cosas.
Y soñamos con lo mudo,
y lo inquietante somos nosotros.
Algas, ontologías, esa saliva
que viene del fondo de ti,
ese licor que resiste desde tu invierno,
desde lo callado, todo me reúne
y se asombra.
Somos los tremendos
pequeños seres del mundo,
que juegan en el fondo
de cierta herida
mutua y negra
como fiebre
obscurecida.
Somos la poesía,
y como nosotros
demoler
los párpados
de lo gris
nadie sabe.
Homúnculo
Un hombre es siempre otro hombre.
Una mujer es siempre otra mujer.
Y los cuatro se combinan
de un modo venático,
imprevisible.
Es un juego triste y cansado,
y a veces hermoso y alegre,
y a veces confuso.
Sabemos a ciencia cierta
que uno de ellos está
ahora mismo
en un cuarto
gris.
De él nace una criatura
convulsiva, fría,
irremisible
(muchas han nacido antes)
y ahora ya somos cinco.
Boston
A YH
Gritos negros, gritan juntos.
Ya no sirven, ni bastan,
los juegos de siempre:
hojalatas, musgos,
orejas cosidas
y cortadas
de nuevo.
Boston de hormigas,
de mieles rojas y negras,
Boston y yo
en Boston, sola.
Tosen los muros: ¿es que nadie los escucha?
(Y lejos, la Madre.
Y bien sabemos que lejos espera la Madre.
Y bien lo
sabemos.)
Cuántas albas al suelo,
al vientre amarradas, como perras finales.
Una blanda
verdad,
una verdad ya sin sitio, susurra apenas.
Ya entiendo: es aquí en donde nacen
los dientes
obscuros, las puertas asesinadas.
He llegado a mi primera condena.
Bar
Bar (I)
Lo vago, lo
anónimo, lo equívoco.
Algo falta: una información, un dato,
la certeza de que las paredes existen.
Este rumor de estatuas es lo que duele
y lo que duele es el polvo,
lo que
duele es esa catástrofe de sillas
que están
muriendo en el fondo, atrás.
¿Hay
alguien allí, entre los filamentos?
No.
Apenas otra
luz inaudible,
otra forma
de no conciliar,
otro
acróbata sin cenicero,
otra
sabiduría rota que envidia
lo rosado
de algo.
Rodeado de una pálida respiración,
en el centro de las multiplicaciones,
en el fondo entero de la noche,
un pedazo
de alcohol me mantiene
en vilo.
Gestos, intenciones exageradas
se reproducen hasta alcanzar
un número blanco y vago.
El humo
muere y renace
entre
conjuraciones obvias.
Nada se
derrocha correctamente,
una ciudad
se quema sin dirección
en este
vaso, mientras un recuerdo
avanza con eso
de mano ahogada,
de puño, de
vientre envenenado,
hacia su
espacio definitivo.
Necesito
extraer del vidrio
extraer del vidrio
una droga
más profunda.
Ese pesar
estúpido es la luna escupiendo hongos en la urbe
A MM
Otra noche
más:
otra estructura de venas machacadas,
otro
recinto propicio de mutilaciones.
Has visto ese diente amarillo
que hace a los hombres
y endurece
a los perros.
Ya nunca vinieron las justas niñas,
las elegías, las vindicaciones.
Quedaron las burlas, las condenas.
Quedó la bruja–ganglio
como una larga idolatría.
Viudo perfecto, verídicamente cortado,
has de saber que esa angustia,
has de saber que esa angustia,
ese pesar estúpido no es más
que la luna
que la luna
escupiendo hongos
en la urbe.
Al igual que tú,
otros
soportan bares y calumnias,
otros
soportan bares y calumnias,
mientras inhalan largas larvas
de miedo
y de leche.
Haz como ellos, entiende
de miedo
y de leche.
Haz como ellos, entiende
que los padres ausentes no llegarán
a sacudir el árbol glandular
del tedio.
del tedio.
Y alza tu tierno
vaso
epiléptico
–aún
si no hay
nadie.
vaso
epiléptico
–aún
si no hay
nadie.
Bar (II)
Es esa
frontera, eso insalvable
en los
pliegues,
en las
cavernas,
en los
sitios extenuados
de la sola nostalgia.
Hoy es la
cansada carne y su fisura,
la
proporción hechizada de la noche,
la
abundancia negra de mis dientes.
Cansado de
robarle las uñas a la nada,
veo las
manzanas rotas,
veo lo
blanco y lo negro,
veo quieto
otro minuto amarillo.
Ya lo demás
es una gaseosa
de
significantes,
una
imprecisión
que se
derrumba antes,
a la hora
tremenda del hielo.
Yo,
penumbra pobre,
aliento de
sinuosidades,
compruebo
el gemido,
el veneno
estruendoso
de mi dicha de vidrio.
Caballos
rojos golpean
el cuerpo
del bar,
la
substancia quizá de este delirio.
Hoy un perro negro me aguarda
a la salida
del suelo,
y los
recipientes de luna
ya vienen
heridos, ya lastimadas
las conchas negras de alcohol aproximado.
Compruebo
mi bautizado dolor
de pies
innumerables.
No quiero
excavar más
en el fango
de esa foto,
en la encía
de los meseros pornográficos,
en otro bigote de baladas vomitadas.
Me gustaría mostrar mi piedra,
hoy parda piedra aprisionada
en la clara garganta del vaso.
Pero esta luz inaudible
de besos pisoteados
obscurece el sentido de esta noche,
su definición verdadera,
mientras sin duda alguien tose,
atrás tose otro estremecido,
y otro niño lento escoge su muerte.
Los insectos
A JE
A veces, en estos lugares,
se me ocurre pensar
en todos las noches
que pudieron ser días.
A veces me dan ganas
de tomar el teléfono
y
llamar.
Pero hoy tampoco
llegaré al teléfono.
Otra vez, me quedaré
viendo los insectos
atrapados en el hielo.
Bar (III)
musgo negro
ojos sucios
otro entra
los hombres y sus arañas
imprecisas
los hombres
y sus alas impotentes
cantan
ya
los suprimidos
poetas del polvo
urgente
(mucosas)
(129 lbs)
Bar (IV)
miel mala
ya no me divierto más
aquí
así
qué mundo de anillos
desesperados en su circularidad
extraviados en sí mismos
mujeres gordas insultan
y sirven
lo usual
y sirven
lo
mismo
y sirven
de nuevo
voces que son todas
la substancia
el río fatigado
de otra crisis
(conozco la conducta de lo confinado
brillan mis aporías como escamas
vagos verdugos me inquietan
la noche)
Cuerpo
Compruebo
apodíctico la evidencia
del hueso
atónito
Aquí soy,
aquí entiendo el rasgo roto
el rostro
perpetrado
la luz
tardía, la tardía luz
de este
templo
de
deformadas deidades
tejidos y
Escupir
dedos
catalepsia
Pálidos se
muestran los bordes
líquidos: es el
panteísmo de algún licor,
la
substancia
sola
de la
embriaguez
desnuda.
llueve.
Crispadas las uñas se pudren
en los
bares necesarios.
Anexo
Pequeño
monólogo del demiurgo
Podría inventar una música
de orquídeas de fuego;
crear un paisaje eterno
de orquídeas de fuego;
crear un paisaje eterno
hecho de máscaras;
manifestar un universo
de huevos parlantes.
Pero me aburro en mi tienda
de cosas de vidrio.
de huevos parlantes.
Pero me aburro en mi tienda
de cosas de vidrio.
Me aburro entre las formas.
Lecciones de
aborto
I
Corren entre flores de hambre,
corren como si nada,
corren hacia
lo póstumo.
Vidas menudas
que recortan
lo probable
(en la obesidad del mundo
caben todas las aberraciones)
y crecen y muerden lo muros
con dientes aún inexactos.
Somos capaces de colosales humedades,
somos la más grande fábrica de insectos,
nuestra longanimidad es ejemplar.
II
Adentro.
La organización engendra organización:
la sangre dibuja espontáneamente su destino.
Contra la distensión de la materia,
el hombre ensordecido crece.
No hay que engañarse
por su aparente fragilidad:
eso grotescto, eso nimio, eso yerto y calculador,
esa náusea súbita en la oficina es un alma.
Quizás un gran alma.
III
A cabezazos avanzan los gremios de la especie,
los manidos hombres, los amos
de la serosidad reproductiva.
Ya vienen, ya están aquí:
habrá que darles tornillos,
para que jueguen en la arena.
No
olvidaremos los muertos
De las
tumbas, sin duda, seguirán saliendo
brazos y piernas, huesos y cráneos inversos,
colocados al revés por una misma relación necesaria
–por un idéntico dolor desvelado.
No olvidaremos los muertos.
Siempre se desplazarán los musgos luminosos
hacia la precisa ubicación, hacia el sitio correcto
brazos y piernas, huesos y cráneos inversos,
colocados al revés por una misma relación necesaria
–por un idéntico dolor desvelado.
No olvidaremos los muertos.
Siempre se desplazarán los musgos luminosos
hacia la precisa ubicación, hacia el sitio correcto
en donde residen las coincidencias
dolorosas.
¿Cómo
olvidarlos?
Si el suelo sigiloso intenta esconder un cuerpo
estallarán los pájaros en el aire.
Si la tremenda ola no trae peces, sino cadáveres,
moriremos de hambre, de disentería.
Si el suelo sigiloso intenta esconder un cuerpo
estallarán los pájaros en el aire.
Si la tremenda ola no trae peces, sino cadáveres,
moriremos de hambre, de disentería.
No, nunca olvidaremos
los muertos:
estos estarán perpetuamente caminando
delante de nosotros, estrictos,
y sabrán cómo llorar al vernos.
estos estarán perpetuamente caminando
delante de nosotros, estrictos,
y sabrán cómo llorar al vernos.
Poema
atrofiado
Zumbido
electrónico
y grandioso:
el niño atrofiado
está envuelto
en millones
de insectos.
¿Por dónde han entrado
los insectos, de repente?
Y sin embargo,
todas las ventanas
están cerradas.
Quizán han entrado
por alguna fisura
de su infancia.
* * *
El niño atrofiado encuentra
en algún recodo de la memoria,
un bisturí o una pistola.
Es todo tan hermoso, se dice,
es todo tan hermoso.
* * *
La fiesta es grande.
Las infantas ríen.
Los poetas hablan de poetas
Los enanos, ellos son los más estrepitosos.
* * *
Quizá debió:
conservar aquella forma de ver el mundo,
ese modo marcar las dimensiones,
prohibir que se junten.
Pero su prisa temprana,
por sufrir y morder.
* * *
Qué terrible forma de no ser niño,
piensa el niño atrofiado.
Ser niño.
Comer panqueques.
Daría lo que fuera
por comer unos panqueques.
* * *
El niño atrofiado,
en un momento blanco,
en un momento de rabia blanca,
en un momento blanco,
en un momento de rabia blanca,
destruye el rostro
de uno de los poetas,
quiero mis panqueques.
* * *
Los recuerdos ya se han acomodado
extrañamente en este instante,
masa de precepciones gritantes,
relámpagos caníbales de consciencia,
reminiscencias sangrando por doquier:
la
bicicleta,
el café con leche,
las
gradas inefables,
las alucinaciones,
el
Mío Cid,
la arena, la desesperación,
y en
el clóset: dos niños,
las tanquetas en la calle, Ríos Montt,
los
viajes de fin de año,
las mariposas,
la
pelota de fútbol,
Raiders of the lost ark,
la
primera computadora,
el miedo en noches satánicas,
las
revistas porno,
los adultos hablando,
el
tae kwon do,
Disney,
los tejados,
la mujer con cáncer,
el disco de
Alan Parsons,
la enciclopedia sexual,
Hitchcock,
y mis Preguntas,
y los
Fantasmas,
la abuelita Julia,
la pizza,
los domingos,
la soledad,
las primas…
* * *
La infancia,
esa teodicea,
esa usurpación:
estoy triste.
* * *
El niño atrofiado
está muy tranquilo,
se ha quedado quieto,
solo tiene un poco de frío
en la espalda.
El poeta
yace en el suelo,
desfigurado.
Un círculo se ha formado
alrededor del niño atrofiado.
Pronto le saltan encima.
Lo patean.
Lo están matando.
El niño atrofiado escupe dientes,
siente la verdad de la sangre
siente la verdad de la sangre
en la boca, y desde luego ríe,
tiene tremendas ganas de reír,
cuánto ríe, y entre más ríe
más lo detestan, más lo golpean,
unanimidad de golpes,
democracia dolorosa,
homo homini
lupus,
y no obstante el niño atrofiado,
el rapsoda de lo obscuro,
el grandísimo acusado,
también está en otro lado,
el sitio de su angustia
se encuentra en otro sitio,
mamá, puedo sentir su olor casi,
jugábamos, yo era un avión,
yo era un avión, yo era un avión,
y las mañanas, los panqueques,
los dientes, insubstancial.
El hombre
A MP
Hunde
la mano
en un sol
de pastillas.
Usa sus dientes
como dados eternos.
Toca las larvas.
Se encoge.
Sobrepeso
pájaros gordos
gordos de tanto comer
hombres gordos
rellenos de gordos
gusanos
Aviones,
buques y portaaviones
Qué fácil de veras
es sentarse
al lado
de la ventana
y ver
a los otros
es sentarse
al lado
de la ventana
y ver
a los otros
arreglar el mundo
a tiros.
Qué sencillo es conservar
ante los hechos
una mirada
vacía y circunspecta.
Verlo todo como se mira
un recuerdo intrascendente,
un espejo o un número.
Aviones, buques y portaaviones
cruzan el espacio
que hay enfrente,
formando un teatro complicado.
Y qué satisfactorio es comprobar
que se hizo bien en no salir,
porque el afuera
ya no existe.
Los niños
Niños gaseosos
buscándose las vértebras
con manos de vidrio.
Manos de vidrio oscuro,
que se astillan en la nada.
Cuando oigo esa
guitarra tenue,
tierna y trágica,
yo me pregunto:
¿lo escucharán esto, los niños?
Canción de
cuna
El muñeco de trapo está sucio.
El muñeco de trapo ya no canta más.
El muñeco está sucio y es de trapo,
y ya no canta nunca más.
Vamos a hacer la cama
del muñeco de trapo
porque está muy cansado
–muy cansado de fumar.
El muñeco de trapo no se mueve.
Ya no quiere ni cantar.