“Pero después el
Obsesionador
hizo que ambos
resbalaran y cayeran de
allí”.
Corán
¿No ves lo insensato que es salir hoy por la noche?
¿No ves lo
insensato que es salir hoy por la noche?
¿No entiendes que
hay un pie gigante allá afuera,
que espera, es
gigante, aplastará?
No voy a salir,
no voy a ir como un ciego
en esos lugares
tocando cosas tibias
y viscosas, o
arriesgarme a que desconocidos
me susurren
adioses, me den múltiples
rosas
envenenadas. He visto ya los once
mil pavimentos, y
allá en el puerto no hay nada
para mí salvo
muerte, un accidente feroz.
Conozco sí lo
nocturno, la nación condenada
llamada noche.
Así que no me vas a convencer.
Nadie está a
salvo. Tú misma no estás a salvo.
Resbalarás en un
cerebro y quedarás paralítica.
Alguna serpiente
misteriosa te roerá los intestinos.
Te caerá del
cielo un satélite oxidado.
No me contradigas.
Yo sé de estas cosas.
Desconfía de la
gente: licántropos, bestias.
Oh, te darán
perfumes: torcerán tus pensamientos
por medio de toda
clase de visiones boreales:
pero tu sangre
será donada a faraones malditos.
Lanzarán tu
cuerpo desde un helicóptero a las calles excoriadas.
¿No ves lo
insensato que es salir hoy por la noche?
Mientras él esté vivo
No seremos
felices
mientras él
(el Suplente)
esté cerca,
esté vivo.
Pero incluso
muerto él
no seremos
felices.
Sólo muertos
nosotros
seremos los niños
perfectos
que juegan en el
prado.
Te fuiste
Te fuiste
corriendo, te fuiste.
Ni adiós, te
fuiste.
Esos tacones.
El silencio.
En parte me
gustaría llamarte.
En parte estoy
feliz de que hayas desaparecido.
En parte sangro.
De mí sale todo
ese ensangramiento, esa ondulación.
Ojalá el mundo
fuera una vasta playa pedregosa.
Tus ojos en la
noche dijeron lo indecible.
Criaturitas en
forma de glande se deslizaban por el piso.
No me ufano de
nada.
Sé que en este
cráneo hay una melodía cínica,
ronca, que
vocifera, me hace pensar las peores cosas.
Los ángeles,
hasta ellos me ignoran.
Recortan su
prodigiosa vista para no ver mis cagadas.
Están socialmente
desencantados de mí.
No hay nada
convincente en la posición de mis manos.
Te fuiste. ¿Era
yo ése gritando? ¿Era yo ése vaciándonos?
Los huevos
Caminando por el
parque,
o por el mercado,
o yendo al
trabajo,
el dolor: un
huevo.
Voy dejando
huevos
ocres o grises en
toda la ciudad,
gigantescos
objetos venudos,
que por lo demás
nadie mira,
y a nadie
interesan.
A vos te da asco
tocarlos,
lo sé bien,
aunque nunca decís nada.
El Cristo
Los clérigos
se dan de bruces
contra algo,
cada vez que
intentan
explicar el amor.
explicar el amor.
El amor es un laberinto,
un considerable
cangrejo
incrustado en lo
espeso
de tu vientre.
de tu vientre.
Un Cristo frío y
ártico nacerá
de todas las
combinaciones.
Te siento
Te siento crítica
y bastante
acobardada.
Como torpe, sin
lo lúdico
de tus manos te
siento,
incompleta tu
colección
de sonrisas,
menos
tomadora de café
te siento,
no poética,
perdidos
tus archivos de
lo libre,
desencuadernada,
sin catedral,
sola,
así es como te
siento.
El vampiro
Te doy, sin dar.
Doy mucho,
pero apenas.
pero apenas.
Doy como dan
los vampiros.
Doy quitando.
Te mueres,
si de mí
recibes.
Tener sed
La sed
sos vos.
La ciudad
Querida:
has endulzado mis
días
con innumerables
torpezas
que he tenido que
guardar
en lo más
profundo
de mi ano.
Allí adentro
están todas tus
estupideces,
como en una
ciudad subdesarrollada,
habitada por
peatones, mercaderes,
y ciegos
dictadores sin alma.
Una ciudad
grande,
creciendo
malthusianamente
en mi tracto
digestivo,
con barrios y
pandilleros
y cementerios
sobrepoblados,
y cárceles en
crisis.
He defecado
durante siglos.
La ciudad sigue
allí.
Buenos hombres torcidos
Buenos hombres
torcidos,
buenos
pero torcidos,
viviendo
sin entender
sus miserias
cerebrales.
Buenos,
pero con el puño
atrapado
en la pared
de nervios,
y llorando
un poquito
mientras
maldicen
de rodillas
a Dios
y a su mujer.
Mujeres
Me duelen,
todas me duelen.
Las que no he
besado.
Las que no he
tocado.
Las que no he
lamido.
Tengo la
sensación
de que la muerte
es no haberme
tomado un café
con todas ellas,
las vivas pero
también las muertas.
Las veo en la
calle;
las extraño
aunque no las conozco.
De mí se ríen,
eternamente.
Porque saben que
estoy contigo.
Te gusta manchar el corazón
¿Por qué
me estás
esquivando,
por qué nos estás
esquivando?
¿Por qué correr
hacia la tormenta
en donde te
quebrarás
de todos modos?
Te extraño.
El corazón es un
vehículo:
resplandece: es
tuyo.
Pero te gusta
mancharlo.
Cien suicidas.
Cien transiciones
como inciensos oscuros.
Cien muñones
frustrados.
Puentes colgantes
Por toda la
ciudad
hay puentes
colgantes,
de un edificio al
siguiente.
Con frecuencia
las personas me ven
caminar por esos
puentes,
cuando te busco
en la noche contaminada,
y apenas te
encuentro.
No soy el único.
Otros amantes
grises buscan
a sus amadas:
desesperados,
hipnotizados,
sin pausa o
sosiego,
atraviesan los
puentes
como almas que han
recibido un balazo:
y por eso se
arrastran.
Argumentos, teologías, tonos y máscaras
Estuvimos
hablando
con mi esposa.
Sobre la mesa
cada cual puso
argumentos,
teologías,
tonos y máscaras.
Tales fueron los
ingredientes.
Al cabo de una
hora
un ser fantástico
y descomunal
agitaba venas
como látigos al
aire.
Habíamos creado
un ser aberrante.
El animal crecía
con nuestra
discordia.
Nos lanzaba
escupitajos.
Nos gritaba
cosas.
Pero es verdad
que
mi esposa y yo
estábamos muy
ocupados:
estábamos
peleando.
Terminó
aburriéndose.
Discretamente
bajó de la mesa,
recogió sus cosas
(argumentos,
teologías,
tonos y
máscaras),
y salió por la
puerta.
Pero ya en la
mesa
se formaba una
segunda Bestia.
Asesinato
Cuando tiré
del gatillo
pude sentir
una especie
de asentimiento
general del
cosmos,
una marejada
de aplausos
provenientes
de todas las
cosas vivas
y muertas.
Mis pulmones
se alimentaron
en ese momento
del oxígeno más
puro.
La escopeta
brilló bajo el
sol,
intacta.
El rostro de la
mujer
estaba
completamente
desfigurado
por el ácido
ardiente
de la pólvora.
Tras el sonoro
disparo,
sólo quedaba
un silencio
integrador y
místico.
El desierto,
antes famélico,
mendicante,
ahora rebosaba
de ser,
lleno
de la atmósfera
de este crimen.
Encendí un
cigarro.
El humo serpenteó
en el aire,
y luego se
emparentó
con el cielo
perfecto y azul.
Nota roja
Esta crónica
llamada
matrimonio,
esta nota roja
con un muerto
en la banqueta.
Los flojos
Flojos los dos
no hacen el amor,
ven la
televisión,
vomitan toda esa
comida
que comieron,
aunque apenas
probaron.
Flojos
ciertamente los dos,
sus manos flojas
tocándose,
como desde un
asco,
flojos los labios
quemados,
aflojándose sus
miradas
en las cosas
distantes.
Flojos, como
muertos,
perdonados, los
dos,
buenas noches
dicen,
y sueñan con
cosas
duras y
punzantes.
Sonríes
Si hay algo
que se pudre
más que el resto
de todas las
cosas,
es tu sonrisa,
bajo el sol
perfecto
de la mañana
impecable.
Y una mujer ausente
Te extraño,
y a coro te
extrañamos
los múltiples
miserables
en mí soñándote,
pues a veces lo
único
entre dos
personas
son los sueños,
y son baratos,
a precio de
liquidación,
y se repiten,
con los años,
son miles,
transcurriendo en
el enigma
de la memoria,
los años, los
sueños,
y una mujer al
lado,
pero ausente.
Tres y diez
Porque después de
todo,
los hombres
casados
nacen para
acordarse de algo.
A las tres y diez
de la mañana
son filósofos, y
están casados…
Duermes. Estás durmiendo.
En los sueños
todo,
absolutamente todo,
entre tú y yo es
como al principio:
mojado, recién
hecho, rocío,
alegría de saber
que los gatos existen.
Duermes. Estás
durmiendo.
Sueña, por favor,
sueña, y no
despiertes.
Los falsos millonarios
No vale la pena
coleccionar
los frágiles
salarios del
afecto,
y luego,
en una sola
pelea,
irresponsablemente,
dilapidarlos,
emborracharse,
quebrar cosas,
subirse a las
mesas,
como locos
millonarios.
Porque ni tú ni
yo
somos
millonarios:
somos más bien
clase media,
en esto del amor.
Alteridad
No soy yo a todas
horas.
Y menos soy él a
todas horas.
No soy el que a
todas horas te imaginas que soy.
No pidas
entonces.
Porque nada puedo
darte.
Ni una uña puedo
darte.
Y no des,
porque no puedo
corresponderte.
No me hables,
cuando me lavo
los dientes.
No seas de nuevo
tú,
la Continuadora
de Esquemas Muertos.
Todo un jueves
lleno de ti
es lo más
parecido a un lunes lleno de mí.
No puedo ya con
tus mosquitos.
No es que no te
quiera; es que te odio.
Es que desde esta
posición de mirarte repetidamente
lo comprenderías
todo, me dejarías en paz.
Botemos las
máscaras, cortemos la grama
que nace de la
espalda del moribundo cósmico.
Hagamos el amor
de la tabula rasa.
Soy como tú: soy
otra cosa.
Soy otra forma de
ser reptil
y tú también:
eres mejor víbora de lo que pareces.
Y te pido perdón
por creer que eras distinta.
Siempre entre los dos
Siempre habrá
una carretera
entre los dos,
separándonos.
Siempre un lío,
un problema
municipal,
una conflicto
diplomático,
un idéntico
genocidio.
Siempre las
mismas ideaciones,
los proyectos jamás
realizados.
El modo en que
los pájaros
se estrellan
contra la pinche ventana.
Siempre —siempre—
un ciego inverso,
un ciego incapaz
de ver lo que hay
adentro.
Siempre entre los
dos
estaremos los
dos,
amándonos.
Mujeres que se casan
Mujeres que se
casan,
entre nubes,
entre bloques de
pasado,
usadas,
usados sus
pellejos
por viejos
amantes
y viejos abortos,
y enfermedades
de lo mojado
y lo vulnerable.
Supe que te
casabas,
para mi gran
felicidad.
Ojalá que él
pueda
limpiarte de toda
la suciedad que
los demás
te depositamos
encima,
de todas las
cabronadas,
de las tantas
veces
que nos hicimos
los dormidos,
para no verte,
para no amarte.
Nos miramos
“Alas, poor Yorick!”.
Shakespeare
Aún a veces nos
vemos
como aquella
tarde nos vimos, cuando… bueno,
ya no importa de
todos modos,
los cerdos antes
lindos están todos muertos
al final de la
calle.
Lo que queda no
es el futuro,
ni siquiera el
pasado,
sino la mirada.
Y lo carbonizado
de la mirada.
Y ya no el reír
de los payasos gibosos.
Por la puerta de
los fantasmas
te vi alejarte
bajo la luz de las estrellas muertas,
hacerte una con
la estación lluviosa.
La mirada es
decirlo todo
en silencio, es
silla al fondo, en donde yo o tú,
alguien está
sentado:
viendo esa cosa y
las cosas,
viendo a corifeos
y esclavos arder por igual,
viendo, todo sea
dicho, la grisura y la repetición.
Mediante el
silencio nos comunicamos,
con la quijada de
lo silencioso mascullamos el deseo,
por no decir nos
morimos
—tan dolorosos,
tan jaspeados—
a los pies del
pulpo ventrudo.
Insomnio y pared,
las horas frías.
Lo que nunca
jamás amanece.
Nos miramos. Nos
seguimos viendo.
La elipsis
Hoy tampoco
he avanzado
significativamente
hacia vos.
Doy unos pasos
pero vuelvo,
humillado,
elípticamente,
a mí mismo.
Pronto mi rabia,
la cretina,
me desfigura
rasgos,
me hace
impresentable.
Es mi lunes
de soledad.
Son mis vanos
modos
de escupir,
desérticamente.
Son las paredes
sin ventanas:
es mi hueso.
Levanto la copa
Lo intenté. Lo
quise de veras.
Nada quedó.
Un dedo.
Levanto la copa.
Por el orín.
Por los laúdes
muertos.
Por los grumos
en el vientre de
mi madre.
Por el mar
olvidado.
Por este nuevo
divorcio.