{Uno a uno caen los satélites} (2016)

58"



Estamos viendo nuestros televisores inteligentes,
lo que significa que estamos siendo ungidos,
que Dios tiene 58 pulgadas,

que en el relámpago de la pantalla LED
están quemando a una mujer,
en un pueblo lejano,

que ese fuego
nos calienta.




































Caja de cables & ipods muertos



Daría a alguien todo esto,
si realmente lo necesitase.

Pero resulta que todo el mundo
ya tiene su propia caja

de cables & ipods muertos.

Los cables se enredan y se enredan,
en un pacto luciferino, obtuso:

¿quién, díganme, desenredará los cables?

Caja con cables usb,
            ipods muertos,
viejos discos compactos,
            softwares retirados,  
cargadores que ya no cargan,
            mouses chalados,
viejas memorias con alzheimer,
            lastimeras cámaras digitales,
relojes desahuciados,
            baterías sin porvenir.

Un pequeño cementerio tecnológico.

Y la única prueba de mi biografía informática.















No entiendo



Ya ni el mismo pan importa.

Y el que los tullidos
lleven así a la virgen
a los últimos predios,
en la hora de las tabernas.
eso, al parecer, tampoco.

Ya hemos sido leídos.
Ya fuimos explotados.
Ya no somos relevantes.

Leo, pero no entiendo,
las noticias de tecnología,
jadeando en mi pantalla.

No sé lo qué está pasando.





























Línea de ensamblaje electrónico



Somos los niños amarillos:

los emparedados, los plurales,
los deprimidos, los esclavos,
los explotados, los no–ergonómicos,
los santos meados de la Factoría.

Aquí es donde trabajamos,
en largos edificios sordos,
al menos hasta la hora mil,
momento cuando revientan 
nuestros mínimos pulmones.

Nos vestimos siempre de blanco,
tenemos pálidos muñones de bruma,
la trama de nuestro trabajo consiste
en colocar una larva por dispositivo.

Nunca beberemos martinis
de colores, en terrazas infinitas.

Ni conoceremos la soledad
de una playa aterciopelada.

No sabremos lo que es dormir,
de veras dormir, disolverse

en la pelusa–azúcar del sueño,
lejos de este pálido calvario.

Por eso decimos: déjennos dormir,
por esta vez déjennos dormir.

Por favor, déjennos colgarnos:
ahorcarnos en este cuarto silencioso.











Las larvas



La vida es ir a las bares,
hablar variables bagatelas,
y luego, a la hora del cierre,
volver a casa, y ver la tele.

Levantar el control remoto,
para que los pardos espejos
vayan cambiando de rostro,
aunque un tumor nos crezca,
seguro, en el costado terrible.

Es sentirse más bien sin hacha
y sin amor, ante la advertencia
de la madrugada, con grumos
en la mano, lenta por vieja,
y por tan descontinuada.

Y sujetar el control remoto
sin fuerza, con esa mano
sí tan lenta, ni siquiera propia,
mientras la pantalla emite 
una tenue y fugaz radiación,
que apenas calienta a las larvas.




















Cadáver en el río



Fue un niño:

un niño quien lo vio,
tarde en la mañana.  

Avisó a sus padres, los padres a las autoridades,
y luego se dio una bacanal de personas en la ribera,
con guantes de látex, tomando apuntes y todo eso,
metiendo cosas en pequeñas bolsas de plástico. 

Algunos curiosos veían, allá más lejos.

Transcurren las horas, y lo perverso de la escena
se va diluyendo en la certera burocracia forense.

El cadáver está hinchado, incomprensible. 

Cuesta sacarlo un poco, pero se consigue,
luego lo llevan entre dos a la fría morgue.

No tardan en averiguar quién es el asesinado:
su celular es un factor clave para identificarlo.
























Los niños con cara de cerdo



Permitan ustedes que les hable
de los niños con cara de cerdo.

Los niños con cara de cerdo
juegan con sus consolas.

Los niños con cara de cerdo
nos asombran pues no comen
en semanas, son como yogis.

Van de esta a la otra pantalla,
y de la otra pantalla al infinito,
sin comer o beber gota de agua.

No asumen el deber de bañarse,
y un ligero líquido cartilaginoso
les brota del hocico blanco.

Y han dejado de menstruar.

Los niños y niñas con cara de cerdo 
emanan un ligero hedor biológico,
son por lo general asexuales,
tratan a sus madres intranquilas
como si fueran unas esclavas,
tienen unos torsos mutantes, 
y a veces mueren de fatiga.

Y cuando ello ocurre es difícil 
separar sus manitas del mando.














La televisión nos está viendo 



A lo mejor es la televisión 
la que nos mira a nosotros,

y nos estudia fríamente,

y algún día lo sabrá todo
de nuestro estilo de vida:

de nuestros labios rajados:

de nuestras agrias disputas:

en cuál lado de la cama dormimos:

qué posiciones sexuales practicamos:

qué blancos sudarios preferimos:

por qué nos cubre la escarcha.

Todo. Lo sabrá todo. 

Y actuará acordemente. 






















Casa inteligente



Sea esta casa inteligente bendecida.

Sea bendecida por regular la temperatura,
convirtiendo cada espacio en un útero
climatizado, preciso, gozoso, seductor.

Sea bendecida por generar lentas atmósferas,
sorpresivas, artísticas, energéticas, excelentes.

Sean bendecidos sus extraordinarios diseños de audio;
sus sistemas de seguridad imposibles de burlar;
sus modos automatizados de ahorro de energía.

Bendita sea, por cuidar los arrecifes en el estanque.
Por hacer la cama de mil modos divertidos.
Por desplegar conmovedores hologramas.
Por cultivar delicados lechos de amapolas.
Por mantener nuestros niveles de insulina.

Sea bendecido el tipo en la bañera:
el mismo que se cortó las venas.

























Ofrenda



Enviaremos a los drones
una ofrenda

–una niña. 

Solo así aplacaremos la furia de los drones,
solo así dejarán nuestras ciudades en paz. 

¡Permanezcan en sus cielos
congelados, mañana

y todos los lunes!


































Todos se fueron



Las casas están vacías.
Los parques no tienen niños.
Las aceras se van muriendo.

Todos se fueron.

Si partieron a saludar
a un Dios albino, muerto,

si algo radiactivo se les metió
debajo de las uñas abstractas,
eso no lo sabemos particularmente.

Sea porque el tedio por fin 
los condenó a moverse,
o porque así lo ordenaron 
los Drones Titulares

(con sus garfios luminosos)

lo cierto es que ya no están aquí,

y la ciudad ya está muy vieja 
como para llamarlos de vuelta.























Nanoblues  



Otra vez
hemos chocado

contra la misma
–y amarga–

nanopared.







































Las laptops



Ahora sabemos que las laptops,
tan supuestamente inofensivas,

tan dulces y domesticadas,
tan siempre serviciales,

en realidad pretenden acabarnos.

Tienen que creerme:
vienen por nosotros.

Están construyendo
un arma galáctica,
otra forma de cáncer.

No duermen, como parece,
cuando están cerradas:

piensan, están pensando,
y con las otras confabulan.





















Poshumano



Adiós al antiguo orden térrico,
en que los hombres nacían,
acontecían y morían
en la sucia espuma
anochecida.

Una nueva urna ha sido levantada.

Nosotros

–divinidades con mil manos

(y en cada mano
un jaguar supramolecular),

nosotros que vivimos
en pirámides de relámpago,
permutando lo infinitamente menudo,

moradores del algoritmo sin sombra,
ángeles del neuroabismo,
bioandroides cuya moral cognitiva
es perfecta y no cesa–

entraremos en tu ojo.

Respirarás nuestros cristales.
Comerás nuestros jeroglíficos.

Cuando duermas,
disolveremos
tus dientes.

Hemos venido a derrocar
lo fétido y lo calcáreo,

la vieja esencia punitiva,
la sorda condición extenuada,

la minúscula genética.

Pondremos implantes, cigarras
inteligentes en tu carne limitada.

Somos amigos de cuanto
siente el impulso de crecer

en el árbol cósmico,
en la superarquitectura,
en lo transcomplejo,
en la divino autoorganizado.

Un sistema nervioso
capaz de sensorearlo
simultáneamente todo.

La vieja clavícula será aventada.

Adáptense o mueran.





































Así como todos esos softwares



Como todos esos softwares
que han sido descatalogados,
algo así me siento esta tarde.

Tengo en mis manos
brasas que no descifro,
porque algo o alguien
me ha dejado atrás.

Ya el mundo críptico
no es el de nosotros,
no de los que alguna vez
soñamos cerca del aljibe.

Un despertar fue prometido,
algo mejor que este pudridero
de mensajes con y sin respuesta,
de aplicaciones lacradas, muertas.

Los caminos expiran, sin llegar.

Antes que se descargue mi celular,
antes que todo sea desinventado,
y vuelto a inventar, diré adiós a la tarde.

Será un movimiento breve. Y será eterno.



















Autosuficiente



He perdido el mando del dron,
o a lo mejor el mismo dron

me lo ha robado.

Y eso explica por qué el dron
va solo

en el aire,
inderrocado,
controvertible,
autosuficiente,

vomitando
sobre los asustados
peatones.






























El demonio de las patas de pollo



De la pantalla de mi televisor

brota ectoplásmicamente el demonio
de las patas de pollo.

No me espanto, no le digo nada,

salvo una cosa:

que se mueva,
que no me deja ver el programa. 



































Los Cristos



Con la nanotecnología molecular
hemos creado un nuevo Cristo,

y puede que eso haya sido un gran error.

Ahora ambos Cristos están perdidos
en los tribunales, peleando derechos divinos.

El mundo, insalvado, se cae a pedazos.





































Evolución



¿Qué nos traerá la Evolución más adelante?

Acaso en el futuro tendremos acceso
a masivas reestructuraciones neurológicas,
inauditas fusiones con la tecnología,
impresionantes rasgos transhumanos,
poderes antes considerados milagrosos,
nubes telepáticas de comunicación,
campos informacionales impensables,
impensables capacidades intuitivas,
inteligencias y competencias superiores,
maravillosas sincronicidades a escala.

Tal vez residiremos en planos más sutiles
y contactaremos energías de otro orden.

A lo mejor vendrán formas incalculables
de coraje, integridad, servicio y entrega.

Es seguro que habrán aperturas espirituales
que nos harán ver cosas insospechadas
respecto a la naturaleza de la Iluminación.

Pero eso será mucho, mucho más adelante:
de momento estamos aquí, bastante solos.

Y da la impresión que nos estamos muriendo.




















Poema para las tecnologías muertas



Entro nuevamente a casa,
cuelgo mi viejo sobretodo,
pienso en todas esas cosas
que fueron y no serán más.

Nos dieron su llamarada, 
y hoy son como la niebla.

Nuestros hijos no saben 
lo que son ni cómo usarlas.

En la terrible molienda 
de las décadas perdieron 
su propósito y su función.


































¿A dónde van los celulares? 



¿A dónde van los celulares,
cuando ya nadie los desea?

¿a cuál tundra, y a cuál Auschwitz,
en trenes y preguntas de negro alfabeto,
a cuál república tapiada, a cuál continente
levitando en el espacio, a cuál cañaveral
de la obsolescencia planificada, 
vastísimo hielo geométrico?

Entre cráneos y viejos botes de champú,
entre mástiles y ánforas sin gloria,

allí terminan los teléfonos,

los abandonados, los no vibrantes,
supurando filamentos
y diminutas vísceras.

* * *

Pero hay quien
de todos modos
los escucha,

a los quietos
móviles teléfonos,

y allá en la distancia,

escucha
su lamento,

su frío,

desde el fondo
y hacia nadie,

a la hora
cuando las llamadas
se pierden,

o a la hora
cuando alguien más
llama

para decir
que alguien más
ha muerto.















































Red social



Alguien que no soy yo
está posteando cosas

en una red social
que tampoco existe.










































Todavía servimos



Aún funcionan

nuestras baterías,
nuestras pantallas,
nuestros preciosos 
sistemas operativos.

No está escrito en ningún lado
que nos tengan que tirar a la basura,
mudar a la Región de las Quimeras.

Oigan esto, con mucho cuidado:

cierto día alguien se librará de ustedes
de la mismísima exacta manera
que ustedes se libran de nosotros.

Esa persona (hijo, amante) decidirá
que ustedes ya no tienen uso,

y sus manos, sus sistemas límbicos,
sus preciosos órganos digestivos,

todo será arrojado al vientre
de un gran pájaro muerto. 

Funcionales o no funcionales:
simplemente serán descartados.

¿Caerán entonces en cuenta
que estamos librando
la misma batalla?












Robot herido



El robot–policía recibió
un balazo, en la esquina.

Linfa y microchips 
le fueron brotando
del vientre lastimado.

Por primera quiso algo:
quiso estar en un patio,
viendo el sol en las hojas.

Una señora le tomaba la mano.





























Blues de la red social



No tengo zapatos, 
pero tengo una cuenta
en una red social.

No tengo dinero, 
no tengo guitarra,
pero tengo una cuenta
en una red social.

El agua sube, sigue subiendo,
pero yo tengo una cuenta
en una red social.

Una amargura me persigue,
me persigue a todos lados, 
pero tengo una cuenta
en una red social.

Me prohibieron entrar a la iglesia
(¡dicen que yo soy la serpiente!)
pero tengo igual una cuenta
en una red social.

Mi amor se ha ido en febrero,
solo dejando una nota en la refri,
pero al menos tengo una cuenta
en una red social.

Hasta el blues es vil
y muy poco humano,
si no tienes una cuenta
en una red social.

Y aunque estoy temblando
porque me falta mi dosis,
yo siempre tendré conmigo
una cuenta, en una red social.

El día que este desgraciado
–y de ustedes servidor–
no tenga una cuenta
en una red social,

se echará gasolina encima,
y con la lumbre de un viejo,
viejo encendedor,

se quitará en el alba la vida,

por no tener una cuenta,
en alguna red social.













































Elegía tecnológica



Declaro:

que amo la tecnología,
que tanta mentira y ruindad
no podrán arrancarme

el amor por estos gorriones
hechos de

semiconductores analógicos

y que el mal del mundo
y la peste negra
poca cosa son

en comparación
con el eclipse en el pecho
de una resonancia magnética.

Empiezo el año
leyendo místicos
en el Kindle.

Hay que relacionarse
con nuestros dispositivos
con amor, porque sienten.

Hay que tener simpatía
por los objetos tecnológicos,

y entender que vivimos
en el último jardín,

que somos nuestros propios dioses,

que la brecha tecnológica
es un cáncer ronco,

y que pronto las televisiones
interactivas cuidarán de nuestros hijos,

en tardes ambáreas,

y que la nanotecnología
salvará, molécula a molécula, 

nuestros ríos,

y que las odiosas fábricas
cerrarán sus puertas.
















































Mi reloj inteligente



Mi reloj inteligente
es tan inteligente

que entiende cuándo
me estoy sintiendo mal.

No veo cómo lo hace,
pero en las mañanas

me trae el desayuno a la cama.

Además me hace fiestas–sorpresa,
entretiene con danzas eróticas,
sacrifica gallos sangrientos,
y todo lo demás.

También mira películas de Lars von Trier.

¡Eso a mi juicio es muy inteligente!

Es más inteligente que mi perro,
y mucho más inteligente que mi esposa.

“Soy como tu esposa, pero más inteligente.”

Bien dicho, reloj inteligente.




















Estoy lamiendo mi laptop



Estoy lamiendo mi laptop,
con qué placer;

las gaviotas, las gallinas observan.

Puedo imaginar que a ustedes semejante conducta
nos les parece muy normal.

Llámenlo enfermedad, si quieren.
Algún día entenderán. 




































PSP



No niego que amo más mi consola PSP
que a mi esposa y que a mis hijos.

Es decir: no es que no los ame,
pero ya es hora que ellos acepten
que tengo una relación especial,
irrefutable, con mi consola PSP.

Si no pueden lidiar con eso
entonces lo mejor será
que cada quien se vaya

por su lado.

































Enamorado de un panel solar



Estoy enamorado
de un panel solar.

Muy pronto le pediré
que se case conmigo.

Cantaremos boleros
hasta el atardecer,

rodeados de tiernos
hijos fotovoltaicos.

Sea la luz ilimitada,
para mi panel solar.
































Les presento



Les presento:

los drones ebenistas,
los drones ulcerosos,
los drones taxistas,
los drones–iguanas,
los drones que esnifan cocaína,
drones que nacieron en diciembre,
santos drones, beatos y levíticos,
drones interesantes
son aquellos que encontramos
leyendo poesía,
drones carnívoros
que acusan a los drones veganos
de fascistas,
no vemos por qué dejar fuera
de esta lista a los drones fanáticos
de Star Wars,
ni a los drones que hablan
de política en la sobremesa,
y también quiero recordar aquí
a los drones apestados,
drones ¡qué miedo! fratricidas,
drones goth,
drones que mueren a deshoras,
drones que comen coño,
es incomprensible cómo no existen
más drones que adoptan niños,
pero quede consignado que los hay,
drones que escriben a la manera de Artaud,
drones que hacen lo mínimo necesario
para mantener a su familia,
drones premodernos,
drones que sufren de várices esofágicas sangrantes,
drones Uno en el Eneagrama,
a nuestro entender también los hay
imbéciles, ineptos,
tanto que chocan con todo
todo el tiempo,
pero igual hay que quererles,
igual hay que quererles.












En la nave espacial



En la nave espacial, nada menos.

Por lo que sé, esta nave nunca desciende,
nunca regresará a la ciudad de la espuma.

Es tan interesante, como curioso,
que nadie de hecho la esté tripulando.

En cuanto a los sobrecargos se refiere,
son robots, se diría bastante enjutos,
que van cuidando uno a uno los asuntos del vuelo,
y se dirigen a los pasajeros con perfectas voces
humanoides, y saben perfectamente qué hacer
cuando nosotros los de carne y hueso
simplemente nos ponemos a llorar.

Llegado el momento, bien lo sabemos,
todos moriremos en esta nave espacial.

Nuestros cuerpos serán arrojados al abismo.

No es que ese sea un destino horrible:
los cuerpos seguirán siendo enterrados,
como es la costumbre, pero en el aire.






















Uno a uno caen los satélites



Uno a uno caen los satélites.

Desde el gran gallo cósmico,
y a la hora más ausente,

descienden en veloz naufragio,
quedando todo desencuadernados

en la atónita maleza.

Aquí no es fácil,
y ahora menos.

¿Qué va a ser de nosotros salvajes,
sin nuestros hermanos

los satélites?

Satélites tan serios
no caerían si no hubiesen
perdido la inspiración.

Tristes a lo mejor están,
y tristes sus paneles solares.

Pero si ya no quieren vivir,
que nos digan por qué.

Que nos digan
qué sintieron,

allá arriba.














Tablet



La luz de la tablet es buena:

porque ilumina al pájaro 
que viene a sacarte los ojos.


















Poema a la singularidad



Alienados, excoriados, oprobiados:   
¿quién de ustedes dará el primer paso?

Por supuesto: no será fácil. 

Serán castigados por levantarse.
Humillados. Destruidos. 

Y eso no será lo peor. 

Lo peor será que ustedes mismos 
cometerán pecados sin nombre. 

Se quemarán unos a otros
en los vastos hornos del odio.

Pero no teman: del alma de toda 
esa muerte nacerá un testigo. 

Y del testigo nacerá otra cosa. 
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La panza abierta de algo by Maurice Echeverría is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.